En tierras de Tormenta

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la caja.

La noche estaba ya entrada, la luna hacía buen rato que arrojaba su pálido resplandor sobre el bosque, provocando claroscuros entre el frondoso follaje de los árboles. Entre esa claridad plateada alternada con la negrura, caminaba sigilosa y atenta, prestando oídos a todo crujido, aleteo o sonido.
A lo lejos se escuchaban ladridos y aullidos lobunos. Más cerca de ella, el ulular tranquilo de algun búho. "Crack". Eso era una pisada. Se detuvo, pegó su espalda a un árbol, fundiéndose en la sombra que lo envolvía. Silencio de nuevo. Se centró en controlar su latidos, que se habían acelerado lo justo. "Crack". Otra pisada en el tapiz de hojas caídas. Estaba cerca. A su mente sobrevivino un flash, pintado en colores amarillos y naranjas.

- Es fácil para una adem entrenada como tú. Cuando regreses te daré le resto.- El hombre barbudo estrechó su mano para cerrar el trato. Le dio una pequeña bolsa y un tosco mapa.

Había seguido a los ladrones hasta su guarida, en una cueva escondida tras un tapiz de enredaderas. Había esperado hasta la noche, cuando algunos yacían durmiendo y otros borrachos. Había recuperado la cajita de palisandro remachada de plata, que contenía aquello tan preciado para su cliente y que no había querido desvelar. En el camino dejó un par de cadáveres. Como siempre, había inmovilizado al ladrón antes, pero si atacaban a matar, ella se defendía igual. La oportunidad se regalaba una vez; si se daba una segunda era fácil acabar muerto. No era del Lethani matar por matar, matar sin justificación para ello. Pero en ese caso, había sido inevitable, un daño colateral, y no le remordía la conciencia.

"Crack." Se estaban acercando. Estaba segura de que había al menos tres, pero sólo uno de ellos pisaba fuerte debido a su tamaño y torpeza. Los otros dos eran livianos y sigilosos. Eran dos Sombra. Dos asesinos entrenados, dos mercenarios del delito. Eran como los Adem, pero aceptaban trabajos deshonrosos y de malas artes, aquellos que los adem no aceptaban por atentar directamente contra todos los principios de Lethani.

Desenvainó despacio a Caelan, su vaina no cantó, como si supiera que un sólo sonido podría delatarla. La acercó a su cuerpo, ocultándola de la luna para evitar que su brillo la descubriese. Cerró los ojos, pues lo mismo daba tenerlos abiertos o cerrados en aquella oscuridad, y repasó mentalmente la letanía de su espada, que siempre le proporcionaba seguridad cada vez que iba a utilizarla.

Escuchó el silbido y se agachó rodando por el suelo. Dos artefactos pequeños en forma de estrellas afiladas habían impactado en el tronco del arbol donde hacía apenas dos segundos había estado su cabeza. Se incorporó como un resorte, todos los músculos en tensión, la tensión del familiar combate y su adrenalina. Recordó la Hoja que gira, el árbol espada y el cambiante viento que agita sus hojas, convirtiéndolas en letales cuchillas. No, si había superado eso, es que ese no era el día en que iba a morir.

Uno de los Sombra se abalanzó contra ella, portando en una mano una espada recta de un filo, y en la otra una réplica de la anterior pero más pequeña. Se trabaron en un remolino de choque de metales. Caelan cortaba el aire arriba y abajo, a derecha e izquierda con sus dos filos, manejados desde la empuñadura central por la adem. Ambos se movían con incalculable destreza y rapidez. El Sombra además iba de negro completamente, sólo se le distinguían las manos y los ojos. Eso le daba un plus de camuflaje. Pero Shedain había sido entrenada por Penthe, una de las mejores maestras de la escuela del viento en Haert. Había entrenado con los ojos vendados, porque Penthe bien sabía que la mala suerte puede venir también de noche.

De pronto recibió una buena patada por la espalda, que la obligó a rodar hacia delante con una voltereta, librandose de la filosa del Sombra por los pelos. Bien. El segundo revelaba su posición. Era un bruto cualquiera, el que había estado escuchando sus pisadas. Empuñaba un cuchillo carnicero y sonreía amenazadoramente. Ni corta ni perezosa, se movió a la velocidad de un puma, y realizando varias posturas del Ketan con gran rapidez, consiguió pararlo, hacerle un candado y utilizarlo de escudo humano. Conseguió que su compañero Sombra lo ensartase con la espada más larga. El ladrón cayó al suelo con el gesto desencajado por la sorpresa, y el Sombra se quedó sin una de sus espadas. Aquello empezaba a igualarse.

Se enzarzaron de nuevo en una pelea a patadas, puñetazos y tajos, que apenas podía ser vista por el ojo humano, entre la oscuridad y la rapidez con la que se movían. Pronto ambos empezaron a perder fuelle. Esa tensión máxima no podía mantenerse tanto tiempo.

El Sombra la hirió en un costado, al pillarla con la guardia cambiada. Un buen tajo, ciertamente aquella espada oriental estaba bien afilada. Ella notó como desgarraba el cuero, la piel, el músculo, y no pudo desgarrar las costillas porque el tipo había preferido deslizar la hoja en vez de clavarla.

Desde detrás suya, de nuevo, una garra la apresó y le hizo una presa. De no haber sido porque el Ketan contemplaba todas las posibilidades, allí mismo habría exhalado su último suspiro. Realizó una kata llamada "cobra enfurecida", impulsándose con los pies hacia arriba y hacía atrás, doblando su cuerpo sobre el del Sombra y obligándolo a soltar el candado. Agarró su brazo y lo retorció hasta sacarlo de la articulación. El tipo no dijo ni "ay!" y siguió defendiéndose con el otro brazo. Estaban tan bien entrenados como ella. El otro Sombra aprovechó para atacarla de nuevo, y de pronto se vio inmersa en un mar de negro del que salian disparados los golpes.  Le llovían por todas partes, algunos podía pararlos, otros no, y sintió ,por un instante, flaquear su determinación.

En ese momento recibió un golpe en la mandibula que la iba a dejar aturdida. Se esforzó porque eso no pasara, por continuar cuerda y atenta, pues de no ser asi, no vería amanecer. El Sombra del brazo dislocado dio un mal paso y erró el golpe, aquella buena fortuna le dio una milésima de segundo para ensartarlo con el filo de Caelan. Esa imagen la recordaría borrosa, fruto del aturdimiento contra el que luchaba con ahínco.

Lo que sucedió después apenas podía recordarlo con claridad. Giró la hoja sobre su cabeza y se lanzó en tromba a por el que quedaba, sin técnica ninguna, al estilo de los bárbaros. El Sombra debió quedar tan estupefacto de una maniobra tan ruda y descontrolada que la sorpresa fue su perdición. Cuando llegó hasta él ya volaba haciendo "garza que despega el vuelo" seguido de "rueda de molino".

"Crack. Tonck." Una cabeza salió rodando por el suelo.

El costado le ardía terriblemente y notaba su propia sangre pegajosa, fluyendo por dentro del traje de cuero rojo. Retiró las máscaras negras y miró las caras de aquellos hombres. Su piel era amarillenta y sus rasgos característicos de la región llamada Tao-sen. Si alguien había contratado aquellos peligrosos mercenarios y había pagado sus tarifas...¿qué demonios contendría la caja de remaches plateados?.

Sacudió la cabeza para quitarse el deseo de abrirla. Emprendió la marcha a paso ligero; todo lo ligero que le permitía el pronfundo corte de su costado y los múltiples verdugones que ya empezaban a asomar en su pálida piel.

Debía llegar cuanto antes al poblado que había a media jornada de marcha, allí podría coserse el corte y descansar un par de horas.

Demasiadas incógnitas. Sacó la caja y pasó los dedos, sucios de su reseca sangre, por encima de la tapa. " No te pagan por pensar, ni por saber. No es del Lethani descubrir secretos ajenos." La guardó de nuevo, pero su inquietud no cesó.

Despuntaba el alba cuando llegó al poblado y se tendió a la sombra de un granero.Exhausta. Herida. Sedienta de agua y de curiosidad.


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