En tierras de Tormenta

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El grito.

Esta entrada la escribo en un día de furia. La musa llegó de madrugada cuando no podía atenderla, pero dejó en mi cabeza muchas sensaciones que se expresan en esta canción y este texto. Solo te pido, a tí, lector, que la leas con calma y la escuches del mismo modo. Shedain es un personaje al que me cuesta llegar, como aquellos que la conocen, y espero que a partir de aqui me cueste menos recorrer el camino del Lethani. 

escucha la canción aqui. 


Comenzaba a oscurecer y los rayos del astro rey reflejaban en las montañas haciendo que las nubes naranjas refulgieran en el ocaso azul como joyas flamígeras.Los sonidos se apagaban, los animales se retiraban a descansar, las personas volvían a casa a disfrutar del fin del día en compañía. Ni siquiera el viento la acompañaba en su caminar, a paso tranquilo, como siempre. 
Llevaba ya varios meses viviendo entre bárbaros y comenzaba a plantearse serias dudas. Se cuestionaba algunas de los dogmas que le habían inculcado desde pequeña. Era del Lethani buscar la verdad...¿Pero por qué producía tanto desasosiego?. Añoraba la tranquilidad de Haert, la seguridad de lo conocido, la anestesia de la rutina.
Miró por encima del hombro: la ropa de la única persona con la que hablaba con fluidez en aquella ciudad, ondeaba en el hilo de tender, y se hacía cada vez más pequeña mientras se alejaba. Esa era otra cuestión. Era de naturaleza silenciosa, pero encontraba que su carga se aliviaba un poco cuando pasaba unas horas charlando con aquel bárbaro, descubriendo la naturaleza de aquellas extrañas personas, conociendo sus costumbres, entendiendo su forma de ver el mundo. Se sentía menos aislada. Sí, eso era.
Una manzana rodó hasta sus pies y chocó con su bota. Se detuvo, algo sobresaltada, pues se había ensimismado más de lo que le gustaría. Se agachó y la recogió. Un niño de no más de seis años llegó corriendo con una gran sonrisa y el pelo alborotado y le tendió la mano abierta. Ella depositó la fruta en su palma; el chico dijo un alegre"gracias" y corrió como un conejo hasta la entrada de su casa, donde su padre lo esperaba. Un hombre de unos veintitantos años, que lo agarró del pantalón y lo hizo girar entre risas. 
Iba a seguir su camino pero esa imagen la atrapó y no pudo apartar sus plomizos ojos de la escena. El chico dejó la manzana sobre un tocón de un árbol. Sujetó una espada de madera y se lanzó a cargar contra el enemigo. Su padre lo corregía y le daba instrucciones de cómo enderezar la postura e imprimir la fuerza justa. Ambos tenían en sus gestos la certeza de una seguridad, de un afecto, de noches sin pesadillas y tiempo compartido como única finalidad y premio.
La escena se desarrollaba a cámara lenta y muda ante sus ojos, y en su cabeza algo comenzaba a despertarse. Aquellas personas sin saberlo estaban abriendo la puerta a algo muy oscuro.
Tras ellos apareció una mujer con el pelo castaño recogido en un moño, llevando de la mano una niña de rizos castaños que mordía un trozo de pan. El niño resbaló en la arena por lanzarse con demasiado ímpetu, y todos rieron. El padre le ayudó a levantarse y le puso la mano en el hombro derecho, girándose y entrando en la casa todos juntos.
Shedain sintió la punzada de dolor en ese mismo hombro, y sintió la opresión en el pecho, el dolor sordo que la empezaba a atenazar mientras en su cabeza se reproducía un flash. Una niña rubia de ojos grises, de no más de cinco años, en pie frente a un enorme charco de sangre, desde el cual la observaba la cabeza separada del cuerpo de Shae, su madre. La mano de Magwyn sobre ese hombro, apartándola de la visión del cadáver del compañero de su madre, Lanvir, atravesado por Caelan que le entraba por la boca del estómago y le salía por el omóplato izquierdo. Sintió cómo quemaban esos dedos en su hombro.
Sintió que le faltaba el aire, que sus pulmones estallaban, que el dolor en forma de cristales le subía por la garganta, y un escozor ardiente llegaba hasta sus ojos. 
Trató de buscar el control, trató de escuchar su corazón y refugiarse en su ritmico latido, pero solo escuchaba el vacío del dolor. La invadió el pánico y lo unico que pudo hacer es echar a correr. Corrió como si la persiguiese el diablo, forzando al máximo su cuerpo. Corrió veloz, por todo el bosque, golpeándose con algunas ramas que arañaban su piel, aunque no las había visto ni sentido. Mientras corría, de su garganta salió el dolor y la presión en forma de sollozo, y parecía que así empezaba a entrar aire de nuevo. La quemazón de ojos pronto se vio superada por una inundación de agua salada que rodaba sin control por su cara, saltando de su piel al viento.
Llegó hasta la orilla de una poza profunda del rio, metió los pies en el fango, se desprendió de Caelan y la lanzó con todas sus fuerzas al agua. Un grito desgarrador surgió de su garganta, mientras caía de rodillas con los puños apretados.
El sol daba sus últimos estertores cubriendo el agua de destellos violeta. Cuando la espada se hundió en la negrura del fondo, las ondas llegaron hasta sus rodillas enfangadas, lamieron sus puños cerrados como si la naturaleza quisiera consolarla.
Poco a poco salió todo el dolor que había encerrado en una parte de su mente durante veinte años, como mecanismo de superviviencia. No se había permitido sentir la pena. Se había dejado mecer en la rutina del Ketan, se había refugiado en sus enseñanzas, aquellas que inculcaban que los sentimientos nos hacen débiles, que pensar con el corazón es perder el control y entrar en el caos. Había tenido apoyo, guia, maestros... Pero no había recibido afecto, no había sentido nunca el calor de una mano en el hombro, ni la seguridad de un hogar en las noches de pesadillas. Había borrado todo rastro de cuanto podía doler. Pero allí estaba, todo el dolor junto, estallando, liberándola de su carga.
Poco a poco recuperó el aliento y sus ojos dejaron de escocer. Se frotó la cara para secarlos, dejando un rastro de barro. Se miró las manos, aún convulsas, bloqueada mentalmente.
No sabría precisar cuanto tiempo estuvo así, pero la luna ya reflejaba su pálida tez en la superficie del agua, cuando su cerebro despertó y su cuerpo obedeció las órdenes.
Se despojó lentamente de su camisa roja ganada con tanto esfuerzo, desabrochando cada correa de cuero, cada hebilla, cada lazo, mientras recordaba cada golpe, cada corte y cada caida. Le siguieron los pantalones y todo lo demás. Se metió en el agua fria, temblando, sin sentir más que la cuchillada del agua, y se sumergió en el fondo.
Al salir dejó a Caelan en la orilla, frente a ella. Se arrodilló y con las manos sobre las rodillas, recitó su letanía, y cuando llegó a “  pertenecí a Lanvir que me deshonró para matar a Shae y después quitarse la vida." añadió " y por último pertenecí a Shedain, que borró mi deshonra con sangre y una promesa".
Cuando sacó la espada de su vaina, la hoja estaba roja del tinte colorado de su recipiente. Entendió entonces que Caelan no era el yugo, no era la responsable de esas ausencias, eran los sentimientos de quienes la empuñaron. Y con la determinación de comprender por qué se mata, por qué se ama y por qué se muere...la envainó de nuevo, se vistió otra vez y se quedó apoyada en un árbol hasta que la oscuridad anegó el bosque por completo.

1 comments:

Me ha encantado, y la música resulta un tanto evocadora, acompaña muy bien este relato.
Lo digo en serio, me ha gustado mucho ;)

 

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