En tierras de Tormenta

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un cuento



escucha aqui la cancion sobre este relato.



Tic…..Tac…..Tic…..Tac…. El fluir lento de los segundos en aquel viejo reloj de pared desangraba como cada día las esperanzas de los amantes. El sonoro crepitar de la mecha de la escuálida vela que estaba a punto de apagarse, parecía una sinfonía de tristezas y anhelos en combustión. Dentro de aquel baúl de madera desteñida y áspera que antaño debió ser recio y elegante, cual baúl del tesoro, se escuchaban los quedos susurros que como ya venía siendo habitual, poblaban las madrugadas silenciosas del carromato de aquel circense.
- …no Westley, no nos lo podemos permitir – decía aquella voz cristalina enmarcada entre rojos bucles de cabello suave.

- Pero Butter…¿hasta cuando vas a seguir negándolo?. Además…¿Qué podría ser peor que vivir aquí encerrados?- Aquel joven títere, alocado, encantador, seductor y donjuan, se desesperaba al escuchar noche tras noche la negativa de Buttercup, la porcelana preferida del feriante. Ella era una reliquia rusa, su verdadero nombre era Svetlana, pero nadie lo recordaba ya. Estaba hecha por la manos del mejor artesano de aquel enorme y frio pais. Sus pequeños pies habian danzado por toda clase de escenarios de toda Europa. Bajo su sonrisa permanente pintada de rojo encarnado sobre su palidez de muñeca, yacia una antigua tristeza, resignada a su destino de caminos y escenarios.

- Westley, tú no eres como yo. Tu estás hecho de madera, resistes el calor y el frio, el cansancio y la humedad…Yo no podría ni llegar a la salida de la ciudad sin romperme algo, podria estallar en trocitos si me dejan caer al suelo…- Westley era un títere inglés, nacido en un taller carpintero de Park Lane, donde los mejores artesanos de la Corona fabricaban juguetes para los pequeños de las casas pudientes. Tenía la mirada azul y era intrépido como el marino que representaba su disfraz.

- Yo no te dejaré caer, Butter. Aquí nunca hay luz. ¿No te gustaría ver el mar?-

- Bien sabes que si – dijo resoplando, si es que eso era posible en la medida en que sus articulaciones engrasadas lo permitieran.- pero no puede ser. Además la vida aquí no es tan mala, podría ser much peor: imagina… podrías estar formando parte de una colección de marionetas cadáveres en los estantes de una tienda abandonada.-

- Ah! como siempre te justificas. Sólo te pido cinco minutos y una decisión valiente, y si no te gusta, volvemos, te lo prometo.- dijo el aventurero cogiéndola de las manos.

- No sé Westley…quiero ver todo eso, quiero caminar contigo libre sin que nadie mueva mis hilos, me gustaría ser lo que fui, lo que soy, y no lo que el público quiere que sea cada noche. Pero tengo miedo y sé que fuera de este lugar, aunque alcancemos las estrellas sin tocarlas, aunque bailemos en una gota de rocío, no llegaremos lejos, nuestro destino siempre fue y será vivir en esta caja, soñar cada noche que volamos y que no hay destinos imposibles, pero regresar de nuevo al amanecer.-

- Butter, yo no aguanto más, no soporto morir poco a poco cada día, no puedo hacer reír a los niños con mis cabriolas cuando por dentro quisiera que se marcharan y no volvieran nunca; me iré esta noche, ven conmigo, podemos hacerlo..-

- Shhhhh…. Las cortinas se mueven…- El crujido de los cortinajes de la carreta sonó como cuando el manto de la muerte se arrastra por los adoquines fríos en los días que la señora oscura sale de caza. La tapa del baúl se abrió lentamente y los ojos de cuervo del feriante asomaron. Ambas marionetas estaban inmóviles, con sus expresiones cándidas pintadas en sus rostros inertes. El hombrecillo encorvado tomó a Buttercup, la desvistió, le quitó su vestido azul y sus zapatos rojos, sus medias de rayas azules y blancas e incluso los lazos que sujetaban sus bucles. La dejó sobre la mesa, pero esta vez, en vez de cambiarla de vestido, le colocó aquellas delicadas ropas a una muñequita rubia de verdes ojos y pecas pintadas sobre su nariz respingona. Era un ejemplar precioso que acababa de adquirir de importación: misma textura que la porcelana, veinte veces más resistente. Una buena compra, sin duda. Por fin podría prescindir de la antigualla rusa que le legó su padre y que tan delicadamente había que tratar y conservar. Agarró a Butter por un pie, de cualquier manera, sin ser consciente que la marioneta dejaba escapar unas lágrimas polvorientas mientras miraba como se alejaba del baúl desde la perspectiva invertida. Levantó la tapa metálica del cubo de desperdicios que había en la calle y la dejó caer con un sonoro “clonck”. En la oscuridad y el hedor de aquel cubo, la pequeña rusa se quedó en silencio; “no te dejaré caer Butter…” demasiado tarde, ya había caído.

Pasó el tiempo, y al viejo Westley le salieron canas enmohecidas, su madera se astilló y su pintura por mucho que la retocasen, apenas prendía unas semanas. Un día de tantos en los que el títere se encontraba en su letargo habitual una niña se encaprichó del muñeco y obligó a su madre a que se lo comprase. El feriante se lo vendió por un par de monedas, pues era la dueña de una de las tiendas de muñecas más grandes de aquella ciudad, un contacto que valía la pena conservar, y además aquel muñeco ya no valía la pena, qué mas daba que se lo quedase la niña caprichosa.

Wesley recobró un poco su color al saber que iba a cambiar de manos, quizás así viviría otras aventuras nuevas o quizás… recordó las palabras de Butter “podrías estar formando parte de una colección de marionetas cadáveres en los estantes de una tienda abandonada”. La niña lo limpió, lavó sus ropas y lo vistió. Lo colocó el centro del estante principal de su gran colección. Aquella habitación estaba llena de muñecos y muñecas de todos los tipos, tamaños y procedencias pero… ninguno estaba nuevo. Todos ellos tenían una historia a sus espaldas.

Una noche una vocecilla perturbó sus sueños: “tengo cinco minutos Westley”. Dioses! ¿De donde provenía aquello? El pobre marino sacudió su cabecita de madera…” ah viejo Westley debe ser que la edad te está afectando” pensó. “baja del estante Westley y mira tras el gran oso de trapo, vamos, una decisión valiente”. Aquella voz lo agitó de tal manera, que de la sacudida cayó al suelo. Levantó su mano articulada y se arrastró hasta donde el gran oso tuerto de trapo custodiaba el paso, y cual fue su sorpresa al reconocer aquellos bucles rojizos.

- ¡¡Butter!- A la pequeña rusa le faltaban un pie y cuatro dedos de una mano, y su lindo rostro estaba cruzado por una cicatriz remendada con cola, pero seguía siendo ella.

- Creo que ya no podemos ver el mar, Westley.-

- No me importa ya el mar, no me importan los caminos, aunque sea en una caja, quiero compartirla contigo Butter.-

- Pero ya no somos los mismos.-

- Eso no importa…-


La niña se había despertado al escuchar la caída del inglés. Observó con curiosidad la postura en la que había quedado al tocar el suelo, y se percató también de que su muñeca de porcelana, estaba inclinada levemente, dejando la caer la mano sana hacia donde el marino se hallaba. Sonrió para sí misma, y sacando a dos gatos negros de fieltro (uno sin cola y el otro sin una oreja) de un sofá bordado de terciopelo, sentó a ambos títeres juntos con las manos entrelazadas, y satisfecha de sí misma, regresó a la cama junto con los dos gatos, a seguir tejiendo ilusiones en sueños.


The Dorothy Project ’08.

3 comments:

Empieza triste Buttercup, pero el final parece más feliz. Es como los jóvenes amantes que sueñan con escapar del mundo que les rodea y crear uno por ellos mismos. Sólo que el mundo sigue siendo el mismo, igual que ellos.
Un saludo respetuoso, intrépida Adem.

 

sigue leyendo, señor bárbaro, que tengo muchas aventuras por contar (yo sigo leyendo las tuyas ;)

 

¡Heheheheh, estoy en ello! :D

 

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