En tierras de Tormenta

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Ardith la Sajona. Personaje de rol.

ficha en proceso. Próximamente.

- Nombre: Ardith. En sajón significa "buena guerra".
- Procedencia: Droichead, hoy Bridgeball, al sudoeste de Britania.
- Apariencia: vease imagenes.
- Profesión: en teoría campesina que comercia en el mercado.

- Trasfondo: procede de una familia sajona afincada en la isla britana. Su padre, mercenario, se enroló en guerra tras guerra sin lograr sacar adelante dignamente a su familia compuesta por madre y dos hijos. En realidad era un extraño borracho que hacía acto de presencia de vez en cuando. Su madre ya no pudo soportarlo y decidió desaparecer de la isla embarcándose hacia Irlanda con sus hijos. Allí sobrevivió como pudo hasta que consiguió casarse con un viejo viudo que tenia un par de acres de tierra y ningun hijo. Aquello les proporcionó sustento por un tiempo. Pero tras un periodo de hambruna y pestes en el que falleció el viudo, Ardith aprendió a buscarse la vida de mil modos distintos, algunos de ellos no precisamente legales. Cultivaba en sus tierras hierbas de varios tipos, cereales de distintas variedades y una variedad de frutas que rayaba en la extravagancia. Decia que las pagaban bien en los mercados. La realidad es que la utilizaba para destilar toda clase de bebidas al margen de los recaudadores de impuestos.

- Aspectos psicológicos: de carácter fuerte y dicharachero. Con grandes habilidades de negociación, adaptación y aprendizaje al vuelo. Testaruda y concienzuda cuando quiere algo o se marca un objetivo. Perspicaz y poco amiga de los formalismos.

- Historia:

 No tendría más de nueve años, caminaba por el bosque recogiendo bayas para que su madre pudiera cocinar algo con ellas, quizás con suerte un pastel. Escuchó gritos y forcejeos en la espesura, y el inconfundible tintineo del metal. Se escondió tras un árbol y observó como tres hombres golpeaban a otro enfundado en ropas buenas, sin piedad, en desventaja clara. Mientras golpeaban mascullaban cosas como " maldito cabrón, tus impuestos nos oprimen, asi nuestras familias morirán de hambre". El hombre tumbado en el suelo perdió el conocimiento y dándolo por muerto, se largaron de allí.
Dos semanas más tarde, los cuerpos de aquellos dos agresores pendían del puente de la ciudad, colgando y con sus lenguas ennegrecidas fuera. Cuando los vio el día de mercado, entendió la lección: "los impuestos son injustos, pero apalear al recaudador solo empeora las cosas. Equilibremos la balanza de otro modo."
Y así fue como decidió aprender a destilar bebidas en el sótano del granero, eludiendo los impuestos, sobornando a los que no podía eludir, y manteniendo ese precario equilibrio del Quid pro quo en los negocios al margen de lo legal.




Los moradores del cristal

LOS MORADORES DEL CRISTAL.

Las noches no estaban siendo fáciles, el frio roía los huesos, la nieve sepultaba las humildes casas sumiendolas en un sueño silencioso, convirtiendolas en un refugio infranqueable al inexorable avance del invierno.
Los que, como él, no tenian casa en propiedad, se hacinaban alrededor de exangües fogatas de tabernas y hosterías. Frente al calor de las llamas, se apretaban foráneos y forasteros y contaban sus peripecias a perfectos desconocidos. Como si al conservarse en la memoria colectiva, al perecer uno mismo ya fuese a volverse inmortal.
McQuinn y Angus soportaban el frio con los remedios de siempre: comer siempre que se pudiera para generar reservas, beber liquidos que los calentasen y moverse para disipar el frio.
Aquella noche un desconocido irrumpió en la posada abriendo la puerta de golpe, dejando entrar un vendaval de nieve tras él, interrumpiendo la familiar charla. Iba embotado en su manto con capucha. ¿Quién estaba tan loco como para aventurarse en la fria noche?
El hombre enlutado era alto, corpulento y lucia una densa melena negra que asomaba bajo la capucha.el cuello alto del tabardo ocultaba parte de su rostro. En su mano enguantada se mecia un saco que goteaba algo oscuro. La lanzó al centro de la estancia y con voz cavernosa dijo:

-han vuelto.-

El saco rodó hasta el centro y algunos se apartaron para que no les manchase los pies. De la bolsa salió rodando una cabeza humana horrenda, con la piel arrugada y largos colmillos afilados.
Los escoceses se miraron perplejos. Uno de los aldeanos, un hombre fuerte y grande se levantó.

-hay que pararlos o nos saquearán y matarán mientras dormimos.-
Se inició un acalorado debate a grandes voces. Algunos mostraban su desacuerdo, fruto seguramente de su cobardía. Otros apoyaban al herrero, el primero que se levantó dispuesto a cazar aquellos monstruos.

Stan se plantó en mitad del círculo y gritó con su vozarrón.
-¡¡sileeeeeencio!!!!. -la mayoria dejó de vociferar y lo miraron.- ¿que diablos son esas cosas?

El herrero se adelantó un paso.

- Son los moradores del cristal, antes eran hombres. Se perdieron en las montañas y practicaron canibalismo y magias ocuras. Ahora son demonios salvajes que matan y saquean todo cuanto encuentran a su paso. No sienten el frio y no hablan. Son como monstruos del infierno helado.-

Stan miró a Angus y éste le asintió.

-¿y como los matamos?.- inquirió. Los aldeanos ahogaron la sorpresa. aquellos dos hombres extranjeros no tenían por qué ir en su busca. No eran sus familias las que corrían peligro. No eran guardias de la ciudad,y no era su obligación darles muerte.

El herrero sonrió, contento de contar con aquellos dos compañeros recios. Un par de hombres más se unieron a ellos.
- hay que cortarles la cabeza. Es inútil tratar de perforar sus corazas, son de un metal helado muy duro. Luchan a pie, son rápidos y se camuflan entre las nieves. Los detectarás por su olor y por sus ojos.

Los escoceses asintieron, se cargaron sus claymore a la espalda, un hacha pequeña en el cinto, un pellejo de vino caliente y se envolvieron en unos mantos prestados, pues los suyos a cuadros de colores destacaban como la sangre en la nieve.

Partieron a caballo en la oscuridad, siguiendo al hombre del embozo negro. Tras montar durante un par de horas, cuando la noche engulló todo rastro de luz reconfortante, llegaron a un claro donde ataron los caballos. Siguieron a pie, sin hacer ruido, desplegados en abanico, ocultandose tras árboles y arbustos.

Stan miró hacia arriba, la luna menguante arrojaba poca luz, pero ésta se reflejaba en la nieve y se podia ver medianamente bien. Se agazapó pegando su cuerpo a un montículo de nieve, y se arrastró con los codos, moviéndose hacia donde había escuchado un sonido. Le hizo un gesto con los dedos a Angus, que asintió. Se entendían a la perfección. Asomaron las cabezas por el borde y divisaron un morador agazapado, comiendo entrañas de un ciervo abatido, cubierto de sangre. Stan se movió rápido, en círculo, evitando que lo viera y aguardó a sus espaldas. Angus se levantó entonces, y se quedó de pie, mirando fijamente al morador. Éste se irguió mirándolo y gruñó. Soltó la masa sanguinolenta y esgrimió un burdo machete. Todos sus músculos se tensaron como cuerdas de arco. Levantó los brazos y cuando iba a aullar para avisar a otros moradores, su cabeza rodó por el suelo.
Stan limpió a Barn (Sentencia en galés) en la nieve y agarró la cabeza, lanzándola tras el montículo. Regresarían a Ethelia con una buena colección de ellas.

El herrero y otro de sus compañeros habían dado cuenta de otro morador. El ánimo estaba subido. Pero de pronto algo cambió en el aire. Fue una sola fracción de segundo pero pudo olerlo.

- cuidado!!!!- gritó.

Una horda de moradores les cayó encima. Salían de todas partes, de los árboles, del suelo, de detrás de las dunas blancas. Eran más de veinte y ellos solo cinco.
El del embozo negro se movió con rapidez y describiendo un arco con su espada de dos manos, amputó la pierna de uno, que dejó de correr en seco. Lanzó un cuchillo certero a la cabeza de otro y ensartó con su metal a un tercero.
El herrero machacó una cabeza con su enorme martillo y lanzó hacia atrás a otro. Su compañero no corrió la misma suerte: un morador lo mordió en una pierna y su alarido se escuchó en todo el bosque.
Stan sajó otra cabeza más y lanzó su hacha a uno que iba por la espalda de Angus, que se afanaba en destripar y lanzar lejos de él a aquella basura humanoide.
La reyerta continuó en medio del fúnebre silencio. La nieve se teñia de rojo y sus propias manos tambien.
Varios moradores se agruparon para rodearlos entre gruñidos escalofriantes, mostrando sus colmillos que destilaban babas sanguinolentas. El compañero del herrero sollozaba sobre el manto blanco, desangrandose junto al cadaver del morador abatido por su amigo.
Cargaron sin orden, como bestias inmundas. Los escoceses, curtidos en combate, se pegaron espalda contra espalda y reventaron cabezas,ojos, piernas e intestinos. Sin piedad, sin aprensión, sin sentir nada más que el torrente de adrenalina de quien lucha por su vida.

Poco a poco se hizo el silencio y los últimos moradores se convulsionaron en el suelo, com un pavo sin cabeza. El herrero vomitó.

Sin cruzar ni una palabra, Stan recogió las cabezas una a una y las ató del pelo. Angus se echó al hombro al aldeano, no sin antes anudar con fuerza un torniquete en su pierna destrozada. Habria que amputarla y solo con mucha suerte sobreviviria. El hombre del embozo negro montó en su caballo y se alejó en otra dirección.

Los cuatro llegaron a la ciudad de nuevo. Se encaminaron al patio de armas y dejaron al herido alli, para que se hicieran cargo de él. Contestaron algunas preguntas de los guardias y dejaron el cargamento de cabezas en una carreta.

Stan echó una mirada furtiva a la torre, donde se había encendido una luz, con la apremiante necesidad de despertar a la sanadora.

Dio media vuelta y se alejó por el camino, en busca del calor de la posada.

la caja.

La noche estaba ya entrada, la luna hacía buen rato que arrojaba su pálido resplandor sobre el bosque, provocando claroscuros entre el frondoso follaje de los árboles. Entre esa claridad plateada alternada con la negrura, caminaba sigilosa y atenta, prestando oídos a todo crujido, aleteo o sonido.
A lo lejos se escuchaban ladridos y aullidos lobunos. Más cerca de ella, el ulular tranquilo de algun búho. "Crack". Eso era una pisada. Se detuvo, pegó su espalda a un árbol, fundiéndose en la sombra que lo envolvía. Silencio de nuevo. Se centró en controlar su latidos, que se habían acelerado lo justo. "Crack". Otra pisada en el tapiz de hojas caídas. Estaba cerca. A su mente sobrevivino un flash, pintado en colores amarillos y naranjas.

- Es fácil para una adem entrenada como tú. Cuando regreses te daré le resto.- El hombre barbudo estrechó su mano para cerrar el trato. Le dio una pequeña bolsa y un tosco mapa.

Había seguido a los ladrones hasta su guarida, en una cueva escondida tras un tapiz de enredaderas. Había esperado hasta la noche, cuando algunos yacían durmiendo y otros borrachos. Había recuperado la cajita de palisandro remachada de plata, que contenía aquello tan preciado para su cliente y que no había querido desvelar. En el camino dejó un par de cadáveres. Como siempre, había inmovilizado al ladrón antes, pero si atacaban a matar, ella se defendía igual. La oportunidad se regalaba una vez; si se daba una segunda era fácil acabar muerto. No era del Lethani matar por matar, matar sin justificación para ello. Pero en ese caso, había sido inevitable, un daño colateral, y no le remordía la conciencia.

"Crack." Se estaban acercando. Estaba segura de que había al menos tres, pero sólo uno de ellos pisaba fuerte debido a su tamaño y torpeza. Los otros dos eran livianos y sigilosos. Eran dos Sombra. Dos asesinos entrenados, dos mercenarios del delito. Eran como los Adem, pero aceptaban trabajos deshonrosos y de malas artes, aquellos que los adem no aceptaban por atentar directamente contra todos los principios de Lethani.

Desenvainó despacio a Caelan, su vaina no cantó, como si supiera que un sólo sonido podría delatarla. La acercó a su cuerpo, ocultándola de la luna para evitar que su brillo la descubriese. Cerró los ojos, pues lo mismo daba tenerlos abiertos o cerrados en aquella oscuridad, y repasó mentalmente la letanía de su espada, que siempre le proporcionaba seguridad cada vez que iba a utilizarla.

Escuchó el silbido y se agachó rodando por el suelo. Dos artefactos pequeños en forma de estrellas afiladas habían impactado en el tronco del arbol donde hacía apenas dos segundos había estado su cabeza. Se incorporó como un resorte, todos los músculos en tensión, la tensión del familiar combate y su adrenalina. Recordó la Hoja que gira, el árbol espada y el cambiante viento que agita sus hojas, convirtiéndolas en letales cuchillas. No, si había superado eso, es que ese no era el día en que iba a morir.

Uno de los Sombra se abalanzó contra ella, portando en una mano una espada recta de un filo, y en la otra una réplica de la anterior pero más pequeña. Se trabaron en un remolino de choque de metales. Caelan cortaba el aire arriba y abajo, a derecha e izquierda con sus dos filos, manejados desde la empuñadura central por la adem. Ambos se movían con incalculable destreza y rapidez. El Sombra además iba de negro completamente, sólo se le distinguían las manos y los ojos. Eso le daba un plus de camuflaje. Pero Shedain había sido entrenada por Penthe, una de las mejores maestras de la escuela del viento en Haert. Había entrenado con los ojos vendados, porque Penthe bien sabía que la mala suerte puede venir también de noche.

De pronto recibió una buena patada por la espalda, que la obligó a rodar hacia delante con una voltereta, librandose de la filosa del Sombra por los pelos. Bien. El segundo revelaba su posición. Era un bruto cualquiera, el que había estado escuchando sus pisadas. Empuñaba un cuchillo carnicero y sonreía amenazadoramente. Ni corta ni perezosa, se movió a la velocidad de un puma, y realizando varias posturas del Ketan con gran rapidez, consiguió pararlo, hacerle un candado y utilizarlo de escudo humano. Conseguió que su compañero Sombra lo ensartase con la espada más larga. El ladrón cayó al suelo con el gesto desencajado por la sorpresa, y el Sombra se quedó sin una de sus espadas. Aquello empezaba a igualarse.

Se enzarzaron de nuevo en una pelea a patadas, puñetazos y tajos, que apenas podía ser vista por el ojo humano, entre la oscuridad y la rapidez con la que se movían. Pronto ambos empezaron a perder fuelle. Esa tensión máxima no podía mantenerse tanto tiempo.

El Sombra la hirió en un costado, al pillarla con la guardia cambiada. Un buen tajo, ciertamente aquella espada oriental estaba bien afilada. Ella notó como desgarraba el cuero, la piel, el músculo, y no pudo desgarrar las costillas porque el tipo había preferido deslizar la hoja en vez de clavarla.

Desde detrás suya, de nuevo, una garra la apresó y le hizo una presa. De no haber sido porque el Ketan contemplaba todas las posibilidades, allí mismo habría exhalado su último suspiro. Realizó una kata llamada "cobra enfurecida", impulsándose con los pies hacia arriba y hacía atrás, doblando su cuerpo sobre el del Sombra y obligándolo a soltar el candado. Agarró su brazo y lo retorció hasta sacarlo de la articulación. El tipo no dijo ni "ay!" y siguió defendiéndose con el otro brazo. Estaban tan bien entrenados como ella. El otro Sombra aprovechó para atacarla de nuevo, y de pronto se vio inmersa en un mar de negro del que salian disparados los golpes.  Le llovían por todas partes, algunos podía pararlos, otros no, y sintió ,por un instante, flaquear su determinación.

En ese momento recibió un golpe en la mandibula que la iba a dejar aturdida. Se esforzó porque eso no pasara, por continuar cuerda y atenta, pues de no ser asi, no vería amanecer. El Sombra del brazo dislocado dio un mal paso y erró el golpe, aquella buena fortuna le dio una milésima de segundo para ensartarlo con el filo de Caelan. Esa imagen la recordaría borrosa, fruto del aturdimiento contra el que luchaba con ahínco.

Lo que sucedió después apenas podía recordarlo con claridad. Giró la hoja sobre su cabeza y se lanzó en tromba a por el que quedaba, sin técnica ninguna, al estilo de los bárbaros. El Sombra debió quedar tan estupefacto de una maniobra tan ruda y descontrolada que la sorpresa fue su perdición. Cuando llegó hasta él ya volaba haciendo "garza que despega el vuelo" seguido de "rueda de molino".

"Crack. Tonck." Una cabeza salió rodando por el suelo.

El costado le ardía terriblemente y notaba su propia sangre pegajosa, fluyendo por dentro del traje de cuero rojo. Retiró las máscaras negras y miró las caras de aquellos hombres. Su piel era amarillenta y sus rasgos característicos de la región llamada Tao-sen. Si alguien había contratado aquellos peligrosos mercenarios y había pagado sus tarifas...¿qué demonios contendría la caja de remaches plateados?.

Sacudió la cabeza para quitarse el deseo de abrirla. Emprendió la marcha a paso ligero; todo lo ligero que le permitía el pronfundo corte de su costado y los múltiples verdugones que ya empezaban a asomar en su pálida piel.

Debía llegar cuanto antes al poblado que había a media jornada de marcha, allí podría coserse el corte y descansar un par de horas.

Demasiadas incógnitas. Sacó la caja y pasó los dedos, sucios de su reseca sangre, por encima de la tapa. " No te pagan por pensar, ni por saber. No es del Lethani descubrir secretos ajenos." La guardó de nuevo, pero su inquietud no cesó.

Despuntaba el alba cuando llegó al poblado y se tendió a la sombra de un granero.Exhausta. Herida. Sedienta de agua y de curiosidad.


El grito.

Esta entrada la escribo en un día de furia. La musa llegó de madrugada cuando no podía atenderla, pero dejó en mi cabeza muchas sensaciones que se expresan en esta canción y este texto. Solo te pido, a tí, lector, que la leas con calma y la escuches del mismo modo. Shedain es un personaje al que me cuesta llegar, como aquellos que la conocen, y espero que a partir de aqui me cueste menos recorrer el camino del Lethani. 

escucha la canción aqui. 


Comenzaba a oscurecer y los rayos del astro rey reflejaban en las montañas haciendo que las nubes naranjas refulgieran en el ocaso azul como joyas flamígeras.Los sonidos se apagaban, los animales se retiraban a descansar, las personas volvían a casa a disfrutar del fin del día en compañía. Ni siquiera el viento la acompañaba en su caminar, a paso tranquilo, como siempre. 
Llevaba ya varios meses viviendo entre bárbaros y comenzaba a plantearse serias dudas. Se cuestionaba algunas de los dogmas que le habían inculcado desde pequeña. Era del Lethani buscar la verdad...¿Pero por qué producía tanto desasosiego?. Añoraba la tranquilidad de Haert, la seguridad de lo conocido, la anestesia de la rutina.
Miró por encima del hombro: la ropa de la única persona con la que hablaba con fluidez en aquella ciudad, ondeaba en el hilo de tender, y se hacía cada vez más pequeña mientras se alejaba. Esa era otra cuestión. Era de naturaleza silenciosa, pero encontraba que su carga se aliviaba un poco cuando pasaba unas horas charlando con aquel bárbaro, descubriendo la naturaleza de aquellas extrañas personas, conociendo sus costumbres, entendiendo su forma de ver el mundo. Se sentía menos aislada. Sí, eso era.
Una manzana rodó hasta sus pies y chocó con su bota. Se detuvo, algo sobresaltada, pues se había ensimismado más de lo que le gustaría. Se agachó y la recogió. Un niño de no más de seis años llegó corriendo con una gran sonrisa y el pelo alborotado y le tendió la mano abierta. Ella depositó la fruta en su palma; el chico dijo un alegre"gracias" y corrió como un conejo hasta la entrada de su casa, donde su padre lo esperaba. Un hombre de unos veintitantos años, que lo agarró del pantalón y lo hizo girar entre risas. 
Iba a seguir su camino pero esa imagen la atrapó y no pudo apartar sus plomizos ojos de la escena. El chico dejó la manzana sobre un tocón de un árbol. Sujetó una espada de madera y se lanzó a cargar contra el enemigo. Su padre lo corregía y le daba instrucciones de cómo enderezar la postura e imprimir la fuerza justa. Ambos tenían en sus gestos la certeza de una seguridad, de un afecto, de noches sin pesadillas y tiempo compartido como única finalidad y premio.
La escena se desarrollaba a cámara lenta y muda ante sus ojos, y en su cabeza algo comenzaba a despertarse. Aquellas personas sin saberlo estaban abriendo la puerta a algo muy oscuro.
Tras ellos apareció una mujer con el pelo castaño recogido en un moño, llevando de la mano una niña de rizos castaños que mordía un trozo de pan. El niño resbaló en la arena por lanzarse con demasiado ímpetu, y todos rieron. El padre le ayudó a levantarse y le puso la mano en el hombro derecho, girándose y entrando en la casa todos juntos.
Shedain sintió la punzada de dolor en ese mismo hombro, y sintió la opresión en el pecho, el dolor sordo que la empezaba a atenazar mientras en su cabeza se reproducía un flash. Una niña rubia de ojos grises, de no más de cinco años, en pie frente a un enorme charco de sangre, desde el cual la observaba la cabeza separada del cuerpo de Shae, su madre. La mano de Magwyn sobre ese hombro, apartándola de la visión del cadáver del compañero de su madre, Lanvir, atravesado por Caelan que le entraba por la boca del estómago y le salía por el omóplato izquierdo. Sintió cómo quemaban esos dedos en su hombro.
Sintió que le faltaba el aire, que sus pulmones estallaban, que el dolor en forma de cristales le subía por la garganta, y un escozor ardiente llegaba hasta sus ojos. 
Trató de buscar el control, trató de escuchar su corazón y refugiarse en su ritmico latido, pero solo escuchaba el vacío del dolor. La invadió el pánico y lo unico que pudo hacer es echar a correr. Corrió como si la persiguiese el diablo, forzando al máximo su cuerpo. Corrió veloz, por todo el bosque, golpeándose con algunas ramas que arañaban su piel, aunque no las había visto ni sentido. Mientras corría, de su garganta salió el dolor y la presión en forma de sollozo, y parecía que así empezaba a entrar aire de nuevo. La quemazón de ojos pronto se vio superada por una inundación de agua salada que rodaba sin control por su cara, saltando de su piel al viento.
Llegó hasta la orilla de una poza profunda del rio, metió los pies en el fango, se desprendió de Caelan y la lanzó con todas sus fuerzas al agua. Un grito desgarrador surgió de su garganta, mientras caía de rodillas con los puños apretados.
El sol daba sus últimos estertores cubriendo el agua de destellos violeta. Cuando la espada se hundió en la negrura del fondo, las ondas llegaron hasta sus rodillas enfangadas, lamieron sus puños cerrados como si la naturaleza quisiera consolarla.
Poco a poco salió todo el dolor que había encerrado en una parte de su mente durante veinte años, como mecanismo de superviviencia. No se había permitido sentir la pena. Se había dejado mecer en la rutina del Ketan, se había refugiado en sus enseñanzas, aquellas que inculcaban que los sentimientos nos hacen débiles, que pensar con el corazón es perder el control y entrar en el caos. Había tenido apoyo, guia, maestros... Pero no había recibido afecto, no había sentido nunca el calor de una mano en el hombro, ni la seguridad de un hogar en las noches de pesadillas. Había borrado todo rastro de cuanto podía doler. Pero allí estaba, todo el dolor junto, estallando, liberándola de su carga.
Poco a poco recuperó el aliento y sus ojos dejaron de escocer. Se frotó la cara para secarlos, dejando un rastro de barro. Se miró las manos, aún convulsas, bloqueada mentalmente.
No sabría precisar cuanto tiempo estuvo así, pero la luna ya reflejaba su pálida tez en la superficie del agua, cuando su cerebro despertó y su cuerpo obedeció las órdenes.
Se despojó lentamente de su camisa roja ganada con tanto esfuerzo, desabrochando cada correa de cuero, cada hebilla, cada lazo, mientras recordaba cada golpe, cada corte y cada caida. Le siguieron los pantalones y todo lo demás. Se metió en el agua fria, temblando, sin sentir más que la cuchillada del agua, y se sumergió en el fondo.
Al salir dejó a Caelan en la orilla, frente a ella. Se arrodilló y con las manos sobre las rodillas, recitó su letanía, y cuando llegó a “  pertenecí a Lanvir que me deshonró para matar a Shae y después quitarse la vida." añadió " y por último pertenecí a Shedain, que borró mi deshonra con sangre y una promesa".
Cuando sacó la espada de su vaina, la hoja estaba roja del tinte colorado de su recipiente. Entendió entonces que Caelan no era el yugo, no era la responsable de esas ausencias, eran los sentimientos de quienes la empuñaron. Y con la determinación de comprender por qué se mata, por qué se ama y por qué se muere...la envainó de nuevo, se vistió otra vez y se quedó apoyada en un árbol hasta que la oscuridad anegó el bosque por completo.

Rol entre Stan y Beth

No puedo resistirme a colgar el rol del dia que se conocieron Stan y Beth, lo que nos reimos y a lo que ha llegado a dar pie.
 PD: gracias Iracebeth por estos ratos.
 
Stan_McQuinn canta una cancion de marineros a pleno pulmón por la calle. Lleva una buena cogorza.- El rey y su grey a la reina por fin, ataron a su galeón...Sé que mi hogar va a ser el mar, donde él esté yo estoy. Yo ho!!, todos, la bandera izar, pillos y mendigos nunca morirán...Yo ho!!, todos juntos, la bandera izar, pillos y mendigos nunca morirán ...- Tropieza con un barril.- Me cagüen ..gguarrfmiau.- Se tambalea un poco e increpa a una vieja que lo mira.- EEhh!! que miras tu?? a cotillear a otra parte!!!

Iracebeth está sentada en un banquito a la puerta de la taberna. ¡Hic! Hipa. Menuda cogorza. De las que hacía tiempo que no cogía. Escucha el berrido y levanta levemente la cabeza. Beh. Otro borracho más. De los suyos. Eructa, y se echa atrás, apoyando la cabeza en la pared y los brazos en el respaldo. ...Cielo... Y se ríe.

Stan_McQuinn llega hasta el porche de la taberna y ve a Beth apoyada, enarca una ceja y trata de poner erguirse y poner pose interesante. Apoya el codo en un poste de madera, cruzando los pies,, el intento era quedarse apoyado de forma desenfadada. Pero no calcula bien y cuando levanta el brazo, se pasa del poste y casi se va al suelo, se tiene que agarrar a dicho madero.- .. Por lo callos de San Eduardo!! el puto poste se ha movido!!!..- Se pasa la mano por el pelo enmarañado. - Lo has visto, no? ...bah!....que tal, pelirroja?... como lo llevas?.

Iracebeth: ...Eh... Eh... Sonríe, se ríe. Jé. Casi te caes... Tío. Se echa adelante, dejando que sus rizos rojos le cubran la mitad del rostro. Se la pela todo, es feliz .Tío. Yo a ti no te   ...Pero me caes bien. Todo el mundo... *Hic* Me cae bien.


Stan_McQuinn: Fuá... y que? No soy tu tio.... creo.- Se rasca la ceja pensativo.-No soy tu tio, verdad?? ni conozco a tu madre ni a tus hermanas...no?- Se sienta cerca de ella, en el suelo, espatarrado, lleva kilt.- ... Ahhh...asi tengo el culo frio. Maldito calor!!!.. Eh pelirroja... como te llamas? yo soy Stanley.


Iracebeth: ...Nah. No tengo hermanas... Le mira el kilt y se ríe. ¡Pero eres primo...! Beth... Yo soy Beth. O eso creo.. *hic!* Eh, eh. Te han puesto... Una falda más bonita... Que la mía. se inclina adelante, mirándolo fijamente.

Stan_McQuinn sentado en el suelo se sujeta las puntas de la falda y las pone como si fuera una chica haciendo una reverencia.- .. Seeehhh!! el que no se atreve a ponerse una falda no puede llamarse hombre!...además...- Se acercó a Beth poniendo la mano cerca de la boca para susurrar.-  te diré un secreto...Si te aprietan la braguera, se acabó tener niños robustos y grandullones. Mira los de esos flacuchos ingleses... todos melindrosos. Tsk... por no llevar falda.

Iracebeth: ...Eh... me gusta tu estilo... Eres un primo escocés... Yo soy de irlanda. Ahí los hombres... *hic!* No van con cuadros... pero también llevan faldas así de bonitas... Ríe tontamente, intentando levantarse, pero es incapaz, y cae de rodillas delante de él, sin dejar de reírse.

Stan_McQuinn abre mucho los ojos, y despues esboza una amplia sonrisa, que marca los hoyuelos a ambos lados de la cara.- ... Ah!! una hermana irlandesa.. aunque por tu altura podrías ser un leprechaun. Jo Jo Jo!! sí, y yo parezco un buey retinto... es lo que nos pasa a los pelirrojos, eh?.. ta cabe una más? jo jo...quiero decir... una cerveza.

Iracebeth aprieta los labios, y estalla en una risa contagiosa ¡Qué coño! Una siempre entra... una cerveza digo... *hic!* Intenta ponerse en pie, apoyándose en el hombro del escocés, pero no puede. Cae de culo ...Eh... alguien tendrá... que arrastrarme a la taberna.

Stan_McQuinn pone su manaza sobre ella, y casi la hace volar. Es un tipo enorme y recio.- Ale!! a por la pinta más grande que te quepa!!... Taberneroooooooo!!! pon dos pintas o disponte a morir!!!!.- En el camino ve a un viejo conocido y le da dos "palmaditas" en la espalda..- Eh!! Wulfred... que pasa??!! me alegro de verte.- El hombre se tambalea y se va con rapidez contestando que todo bien.

Iracebeth: ...Se llama Wulfred... Jé... El Rey al que servía... *hic!* Se llamaba Wilfred... Ahora se ha muerto. Se agarra al tipo, y mira a ver dónde se puede sentar en la taberna. Se podía ahogar en la cerveza antes de negarse a una invitación. Negar la hospitalidad era un tabú.

Stan_McQuinn sienta a Beth, literalmente en un taburete y se queda muy serio mirandola. - El viejo Wil estiró la pata?... que mala noticia. Lo siento por él, pero yo me alegro de estar vivo... asi que celebremos eso!!! Donde están las malditas pintas??, mendrugo, hijo de una cerda!!!!.- El tabernero se acerca carcajeandose. Stan es un habitual.- Toma tu orina de burro, idiota escocés.

Iracebeth: Eh... tú... como me hayas servido pipí de burro... Te llevaré de la oreja al fiordo... *hic*! Y te tiraré por él... Se dirige al tabernero, con un dedo levantado. ...Y sí... sssssstan. Palmo. Ahora toca... seguir adelante. ¡Por no ser ingleses! Levanta la pinta, brindando.

Stan_McQuinn la mira de hito en hito, muerto de la risa, al igual que el tabernero. Le indica al dueño de la taberna, con un ademán cómico- .. sssshhhhttt... Calla, Ronie, y cuidadito... que es una leona irlandesa de pelo rojo. Si no cumple la amenaza, como poco se cagará en tus muertos y se cumplirá la maldición.Los putos irlandeses tienen más suerte que nosotros.

Iracebeth: ...Porque tenemos... *Hic!* ¡Tréboles! se echa adelante en la barra, y bebe de su pinta, sonriendo como una boba. ¡Tréboles! Y turba... La turba calentando una casa redonda de madera... Divaga, como buena borracha. ...¿No lo echas de menos...? Se echa a un lado el pelo, dejando ver la torque y los tatuajes de su clan

Stan_McQuinn hace un aspaviento y una mueca.- ¿casas hechas de mierda y tierra?  No gracias!!!. las de aqui huelen mejor, a madera. Pero si echo de menos el scotch. Estos no saben destilar whisky.-  Se veía en la cara interna de su antebrazo un tatuaje en tinta azulada, tipca de los clanes de las islas.

Iracebeth: Qué va... Incluso nuestro Whiskey es mejor... Que lo que sirven aquí... *hic!* Sonríe de medio lado. Pero qué hace un primo de las Tierras Altas en este pedrusco? Tú... Deberías tener tierras... allá... donde los osos comen... salmones al atardecer. Le sale la vena bárdica, casi canturrea, etílica.

Stan_McQuinn niega con la cabeza y da un trago enorme a su pinta, quedandole un bigote blanco de espuma.- ..tsk.. las cosas allí andan mal. Yo vengo de Canna. Es un pedrusco en mitad del mar. No hay nada, solo viento y marea. Me gusta pelear y matar idiotas.Es un trabajo como otro cualquiera.Y encima me pagan.

Iracebeth: Canna. Lo pronuncia, marcando las enes. Matando... y pegando. Eres... ¿mercenario..? Vuelve a beber. El alcohol parece mitigarle la risa nerviosa.

Stan_McQuinn: mercenario, soldado...¿cual es la diferencia? yo... mato enemigos y me pagan. Ya está. Es sencillo, y como pueden matarme cada dia, pues vivo a tope los demás. Es mejor que aburrirse sentado en el pedrusco. Eh!! y tu que te cuentas? no pareces puta.- Y lo dijo asi, tan tranquilo.Tan campechano.

Iracebeth: No... no soy puta. Soy... Bardo. Hace el gesto de tocar el arpa con ambas manos. Ya sabes... aprendiz de todo... *hic!* Maestra de nada. Vuelve a beber, mojandose el labio inferior. ¡Ah! Y embajadora.

Stan_McQuinn: mecagüen la puta que parió a Ronie!!..- ( y que culpa tendría el tabernero para que se cagase en él).- Todo eso???- Silbó entre dientes.- Ahora sé seguro que no soy tu tio. Si lo fuera, moriría gordo y borracho a costa tuya.- Puso una mueca pensativa.- Aunque lo de morir gordo y borracho es factible por el camino que voy.

Iracebeth lo mira de arriba a abajo y ríe. Borracho si. Gordo no sé. *hic!* eeeeheheheheheehheee... vuelve a beber largamente casi apurando la cerveza.

Stan_McQuinn se levantó y se palmeó la tripa. Estaba duro y trabajado para ser una mole, pero en la cintura se notaba cierta curvilla, de tanta cerveza y tanto asado de cerdo.- Eh!! espero que algun dia me ceben como lo hacía mi madre, eso será porque llegué a los buenos tiempos. Tranquila! sé que lo estas desenado, pero no me levantaré la falda, hazte una idea a través de la tela.- Le guiñó un ojo y se bebió media pinta más.

Iracebeth: ...No sueñes... Mis faldas son más largas... Ríe por lo bajo, y bebe más, echando atrás la cabeza, y dejando que suenen sus tragos. Lo mira y ladea la cabeza  ...Si te ceban... *hic!* ¿No será... porque te aburres... en un pedrusco?

Stan_McQuinn: mira guapita...cuando se me caiga el pelo de los huevos, porque el de la cabeza lo tengo fuerte...solo me quedará engordar, beber, putañear y morirme a gusto. Hasta que eso pase, no me aburriré, te lo garantizo. Cuando llegue a ese dia, dormiré todo lo que no he dormido, y comeré todo lo que no he comido. Beber y putañear ya lo hago, asi que no creo que me pueda el ansia. Jo jo!!

Iracebeth: ¡¡Jojojojojoj!!! responde, golpeando con la jarra, vacía sobre la barra ..Pero me da.. *hic!* Primo escocés... Que aquí la... irlandesita... Salta del taburete. ...Ha bebido másssssss rápido que tú.Y ahora me voy a dormir la mona.

Shedain de Ademre. Ficha. Personaje de rol.

-       Nombre: Shedain

-       Edad: 26 años

-       Ocupación: mercenaria

-       Origen: Haert, capital de Ademre (una estepa de piedra y viento, lejos de todas partes)

-       Apariencia física: mide 1,70. De complexión delgada, enjuta y flexible. Como un perro de caza. Como la mayoría de los adem, es rubia y de ojos grises. Su piel es pálida, como es usual en los norteños.  Tiene múltiples cicatrices blancas por todo el cuerpo, derivadas de una vida entera consagrada al entrenamiento. Algunas son similares a las de arma de filo, a causa de la prueba que tuvo que superar para ganar su camisa roja. Viste siempre con pantalones, botas de piel, camisa roja ceñida en el torso y los antebrazos por correas de cuero teñido de rojo.

-       Posesiones: su espada  de dos hojas, Caelan, cuyo nombre significa Tormenta de hielo. Todo adem conoce las historias de las espadas que pertenecen a su escuela y a todos aquellos que la empuñaron, lo aprenden como una letanía que han de recitar en su iniciación. Shedain suele hacerlo cuando la desenvaina, aunque sea para limpiarla: El primero fue Chael, que me dio forma en el fuego con un propósito desconocido. Me llevó y luego me dejó. Luego vino Finol, la de los ojos limpios y brillantes, la bien amada de Dulcen. Mató a dos daruna, y luego la mataron los grimos en Vessten Tor..” y así hasta un total de cien nombres.

-       Aspectos psicológicos: Los adem siguen un código de vida llamado el Lethani. El Letani es el camino, la forma de vivir, el sentido de las cosas. No es solo un código moral o de honor, obedece a sabidurías más ancestrales. El autocontrol, la disciplina, la capacidad de observación y reflexión, son cultivadas con ahínco entre los camisas rojas. Shedain tiene un rostro inexpresivo, poco comunicativo. Su forma de hablar es parca en palabras y con pausas largas. En general todos los adem son así. Su lenguaje corporal les sirve de medio de comunicación, y gesticulan con las manos, con breves gestos, para expresar cosas. Es inútil provocarla si considera que no es del Lethani pelear en esa ocasión. No es huraña, pues tiene una mirada curiosa que suele ir de frente. Tan solo es silenciosa y poco dada a sentimientos excesivos, tales como la alegría, la furia o la desesperación. Para los adem, todo aquel que no es de Ademre, es un “bárbaro”.

-       Imágenes: es complicado encontrar imágenes de una adem, porque no han hecho películas sobre ellos. Pero se podría parecer a esta.
















Historia:

En algún lugar más allá del Estrecho de las ánimas. 20 años después.

Shedain trataba de cubrir su rastro. Sin huellas. Sin nombre. Sin historia. Ahora que volvían los tiempos oscuros, no estaba dispuesta a regresar, a seguir dando su sangre para recibir lo que por derecho le pertenecía: un lugar en Haert donde levantar una casa y morir de vieja. La vida de los mercenarios adem era dura: crecer sin sonreír, vivir sin amar, pelear para mantener el sistema que ellos mismos llamaban “civilización.” Y sin embargo los suyos se avergonzaron de ella y la condenaron a muerte.

Se detuvo en una aldea y pidió alojamiento en una posada. No se molestó en cenar ni compartir historias del camino con otros viajeros a la luz de la lumbre. En aquel cubículo sencillo, se descalzó las botas, dejó a Caelan sobre la silla y se tumbó a oscuras en aquel camastro, repasando sus recuerdos. Recordó el día de su iniciación.

Hoja que gira.

En Haert no había calle principal flanqueada por casas y tiendas. Los pocos edificios que se veían estaban muy separados, tenían formas inauditas y se integraban plenamente en el terreno, como si procuraran pasar desapercibidos. Las fuertes tormentas que daban nombre a aquella cordillera eran muy frecuentes allí. Los vendavales que las acompañaban, repentinos y cambiantes, habrían destrozado cualquier edificio elevado y anguloso como las casas de madera cuadradas típicas de las tierras más bajas. Los Adem, en cambio, edificaban con tino, ocultando sus edificios de los fenómenos meteorológicos. Las casas estaban construidas en el interior de las laderas, o hacia el exterior junto a las caras de sotavento de precipicios protectores. Algunas estaban excavadas en el suelo. Otras, labradas en las paredes de piedra de los riscos. Algunas apenas las veías a menos que las tuvieras justo delante. El paisaje era como sus propios pobladores: serios, inexpresivos, duros, de apariencia tranquila en el exterior, y en el interior un fuego alimentado con las palabras que no decían. Se contaba de ellos que se guardaban las palabras para alimentar su ira con ellas. Reinaba una tranquilidad extraña, sin el bullicio ni el hedor que había en los pueblos más grandes. No se oían cascos de caballos sobre adoquines. No había vendedores ambulantes anunciando a gritos sus mercancías.

Junto al árbol espada esperaban una veintena de mercenarios de camisa roja, y entre ellos, su maestra: Penthe.  Recitó su juramento con solemnidad. Todos aguardaron impasibles e inexpresivos. Finalizado esto, se quedó de pie, frente al árbol espada, observando el vaivén de sus hojas, afiladas como cuchillos. Rodaban, bailaban y se mecían al son del cambiante viento de Ademre. Tras concentrarse y calmarse, avanzó con paso firme hacia el interior del árbol sagrado. Esquivó las hojas, todas las que pudo, rodando, saltando y realizando posturas del Ketan como “bailar hacia atrás” o “león rampante”. Pero nada de agacharse; era una cuestión de orgullo. Tardó unos diez interminables minutos en llegar hasta el enorme tronco central. Y lo hizo sin ningún rasguño.

Cuando llegó había un paquete, envuelto en tela de arpillera. No era aquello lo que esperaba. Normalmente desperdigaban varios objetos para que el iniciado escogiese, y según la elección, ésta marcaría su rumbo. En su caso, solo había un paquete.  Lo sujetó con ambas manos, y comenzó a destramar las cuerdas que lo envolvían. Cuando éstas cayeron al suelo, el objeto resplandeció a través de las hojas del árbol. Le temblaron las manos y la dejó caer: allí estaba Caelean, la espada maldita de su padre. La espada con la que decapitó a su propia madre y después se quitó la vida. Aquel suceso conmocionó a todo Ademre. El Lethani, su código de vida, enseñaba el autocontrol, el equilibrio, el camino… Ningún adem hacía algo como aquello. Ella era muy pequeña, y ni siquiera recordaba sus rostros. Se crió en la escuela como otros niños huérfanos. La vida del camisa roja solía ser dura y corta. Fue una buena alumna, meticulosa, sistemática, aplicada… y sin embargo los maestros se burlaban de ella con aquella broma macabra.

No. No caería en aquella trampa. No era del Lethani desconfiar del propósito de los sabios. Se ciñó a Caelean a la espalda y se decidió a salir. Si debía recitar a diario la letanía de su espada, lo haría, aunque no pudiera obviar la parte : “ y por último pertenecí a Lanvir que me deshonró para matar a Shae y después quitarse la vida” . Comenzó a avanzar entre las hojas que giraban. Esta vez a pesar de su buena técnica de Ketan, algunas de ellas rozaron su carne, desgarrando con cortes limpios y profundos su pálida piel. Era consciente de que aquello la había perturbado más de lo que querría admitir. Pero allí estaba, y tendría su camisa roja, al precio que fuera.



Cuando salió de la prueba de la hoja que gira, su camisa marrón estaba empapada de sangre a rodales, donde las cuchillas habían cortado piel y músculo. Pero su rostro no mostraba la más mínima expresión. Se situó en el centro del círculo de mercenarios y recitó la letanía de aquella espada. Magwin la miró haciendo un leve gesto con la mano “Aprobación. Pesar.” Era la encargada de enseñarles las historias de las espadas. Penthe se adelantó y le tendió una camisa roja.



- Ahora ya puedes ir a trabajar a tierras bárbaras.- En aquellas palabras estaba incluido “Esa espada es tu prueba, tu reto. Es del lethani superar los retos y no olvidar el pasado para no cometer los mismos errores.”



Shedain hizo un gesto con la mano “Gratitud. Permiso”, y se encaminó a la clínica a que le cosieran los cortes.



Un mundo de bárbaros.


Alguien llamó a la puerta. Shedain salió de sus recuerdos con un sobresalto. Nada. Un borracho que equivocó la habitación.  Ya habían pasado veinte años desde aquello, y sin embargo ese día le seguía asaltando de tanto en tanto. Hizo balance mental de todo lo ocurrido en aquel entonces, que no era poco. Trabajó de mercenaria durante muchos años, y ahora, cuando su pulso ya no era tan firme y sus ojos se cansaban con facilidad, añoraba el páramo ventoso de Haert. Nunca pensó que acabaría de aquel modo. Había decidido vivir en un mundo de bárbaros, y eso era cuanto tenía. Alejó de sus pensamientos los momentos dolorosos que la empujaron a renegar de Ademre, y se sumió en un sueño oscuro.



PD: esta historia la cuenta Shedain al rememorarla de mayor. En el rol, tiene la edad de la ficha.

Stan McQuinn. Personaje de rol.

Nombre: Stanley
Apellido:McQuinn
Origen: West Highlands, el apellido procede del gaélico MacQuien.
Nacionalidad: escocés.
Altura: 1,90
Apariencia: véase imagen.
Profesión: soldado
Historia:
Clan MacQueen es un clan escocés, conocido formalmente como MacSween, una de las antiguas tribus de West Highland . El clan no tiene un jefe reconocido por el rey Lord Lyon King of Arms. Debido a esto, el clan se considera un clan belicoso, y como tal no está amparado bajo la ley escocesa. El clan es originario de las Hébridas , y se asocia erróneamente con el MacDonalds, que colaboró con Robert de Bruce que ganó la tierra y el poder a costa de los MacSweens, que se mantuvieron firmes en su oposición a la Anglo-normandización de la Corte de los Reyes Canmore. En el siglo XV se establecieron varios MacQueens en  tierras controladas por el clan Chattan. Desde entonces, muchos MacQueen han vivido en el noreste de Escocia. Estos MacQueens eran seguidores de Chattan Clan, y eran conocidos como Clan Revan. La familia principal de estos MacQueens fueron los MacQueens de Corrybrough.
Vestimenta:
- el tartan: rojo a cuadros negros.

- El badge:


Armas y armadura: cota de malla, y cuero tachonado. Claymore y escudo con heráldica.

Escudo:

Personalidad: a pesar de ser soldado curtido y de estar acostumbrado a los rigores del clima escocés y las privaciones, es de carácter alegre, dicharachero y juerguista. El sueldo no le dura más de dos borracheras, y acostumbra a dilapidarlo en juego, mujeres y alcohol. De maneras broncas y socarronas, se mete en líos por pura diversión. Es pendenciero, y lleva la batalla en la sangre.



Imágenes:




Y entonces vio la luz

Y entonces vio la luz. La luz que entraba por todas las ventanas de su vida. Vio que el dolor precipitó la huida y entendió que la muerte ya no estaba.
Morir es solo morir. Morir se acaba. Morir es una hoguera fugitiva. Es cruzar una puerta a la deriva y encontrar lo que tanto se buscaba.
Acabar de llorar sin hacer preguntas; ver al amor sin enigmas ni espejos. Tener la luz, la paz y la casa y hallar, dejando los dolores lejos, la noche luminosa tras tanta noche oscura.

escrito en el diario de Grace O'Malley tras rozar la muerte en alta mar,presa de las fiebres, recordando a su padre

Personaje de rol. Maledric.



Era un niño hermoso, con sus enormes ojos azules y su pelo castaño siempre revuelto. Habría sido sencillo apreciarlo si no fuera porque sus chiquilladas no eran solo eso, tenía una predisposición malintencionada a generar entuertos con consecuencias negativas para quienes lo rodeaban. Y lo peor es que disfrutaba de ello.

Como buen hijo de barón adinerado, vivia con toda clase de lujos y no conocía el "no" por respuesta. Quizás fuese eso, o tal vez el hecho de que su madre lo idolatrase y fuese el orgullo de su padre, que el pequeño Maledric creció sabiéndose importante, respetado por derecho y temido por méritos propios. No dejó de probar los límites de todo y de todos, pues no había entretenimiento mejor, dada la ausencia de disciplina moral en su casa.

Fue un joven conocido en tdos los círculos de la alta sociedad, y se rodeaba de lo mejor de cada casa. Chicas y chicos. No fueron pocas las reclamaciones de matrimonio que le hicieron a su padre, por haber provocado la vergüenza de las jóvenes damas que se encaprichaban de él. Pero ninguna consiguió el premio.

Cuando su padre cayó en desgracia ante el Rey, se les desposeyó de títulos y tierras. Su padre se pudrió en un calabozo y su madre murió en un sanatorio de la beneficencia, incapaz de superar la ruina familiar. El joven Maledric, educado, culto, entrenado en habilidades de espada, arco, y monteria, tuvo que buscarse la vida.

Lejos de que este revés de la vida le enseñase una lección de humildad, se volvió rencoroso hacia le mundo, taimado y frio. Su avidez por recuperar algun dia su posición o sus riquezas, lo reconcomían por dentro. Pero sobre todo, era práctico. Sabía que debía trepar de nuevo en la escala social, y que no hallaría nadie que le ayudase entre sus viejos amigos. Asi que su aventura en el mar comenzó fruto de la necesidad.


Diarios de abordo de Grace O'Malley

Os dejo aqui el primer dia del diario de Grace a bordo del Barracuda Jaws. Perdonad la falta de tildes y formato, escribo desde el ipad y no es lo mismo.Espero que os guste.

Llego el día de la partida.Era un jueves de abril y recientemente se habían terminado las festividades que los cristianos denominan Pascua.

El amanecer se alzó azul y limpio, con un sol que despuntaba en el horizonte augurando un dia claro, alegre y luminoso. A esas horas el puerto ya bullia en actividad: los pescadores partian en busca de fortuna para sus redes, los mercantes subian y bajaban cajas, barriles y todo tipo de objetos. Los marineros voceaban dándose instrucciones los unos a los otros y cantaban canciones de mar con sus voces cascadas y rotas de la inclemencias de su profesión regada en ron.

Cuando atravesó la pasarela de madera y el viento soplo en su cara agitando sus cabellos que, aunque recogidos en una cola de caballo, bailaron al son de la melodia de la brisa de mar; sintió que algo nuevo y grande comenzaba a suceder en su vida.
La tripulación del Barracuda Jaws la miro con una mezcla de curiosidad y desden, estaban avisados de que la "fulana"del capitan embarcaba con ellos. Una de tantas.
El contramaestre Wilkes, conocido tambien por el mote "ojopollo Wilkes" ya que tenia un párpado deforme de una pelea, que le daba un aspecto desagradable, pensó "bueno, al menos esta es guapa sin tener pinta de puta barata".

Grace esperaba que Burke la recibiera en el puente de mando o al menos en la cubierta. Por lo que le comentaron estaba tan borracho que no se podia levantar del jergón. Aquel dia todo le daba igual, pues estaba tan emocionada que la ansiedad de la aventura que estaba a punto de acometer no la dejaba pensar con frialdad. Pregunto a todos como se llamaban, y que es lo que hacian en el barco, para sorpresa de muchos. Las putas del capitan no solian entablar conversacion mas que para pedir bebida.

El Barracuda zarpó y Grace fue de un lado a otro observando la maniobra, cómo lo hacian los marineros, cómo manejaban las velas, las poleas y las miles de cuerdas de que disponia el barco. Al poco tiempo empezó a sentirse mareada. Después descubrió que era capaz de virar su tono de piel níveo a verde bilioso, y por último su estómago se amotinó de tal forma que vomitó una y otra vez hasta quedar extenuada. Cuando empezaba a ponerse el sol, Burke se dignó a salir del camarote. Cuando dio con Grace, agarrada a un balde en la cubierta estalló en carcajadas, la alzó, le pasó un brazo por debajo del hombro y la llevó hasta su estancia. El Barracuda era un barco mediano, de hechura ligera, pues se dedicaba al transporte de mercancias urgentes, o al menos esa era la versión oficial. El camarote no era gran cosa, pero para dos personas sobraba. La tumbó sobre la cama, le quitó la mayoria de la ropa, dejándola solo en camisa, y le hizo aire con una carta de navegación vieja.

- desde luego, Granny... Quien iba a decir que te llevarias tan mal con el mar.

- ... Agh.. Richard...creo que voy a morir.Sacaré las tripas en el próximo vómito.

El contrabandista le secó el sudor frio con un paño,no muy limpio,y se tumbó a su lado apoyando el codo cerca de ella. Sujetó un mechón de cabello pelirrojo y lo olió, exhalando despacio el aire. Ese aroma lo transportaba a algun lugar de su infancia.

- si las sacas tendrás que tragartelas de nuevo, sin intestinos no se puede salir de aventuras. Mañana será mejor,trata de no pensar que te mareas.

Aquel primer dia Grace aprendió lo duro que era el mar, y era solo el comienzo. Basta decir que no se le pasaron las náuseas hasta el tercer dia.

Navegaron quince días sin descanso.Aprendió a realizar algunas de las tareas básicas de los marinos, y la tripulación pudo constatar por si sola la testarudez de la irlandesa. Estaba empeñada en ser una más y lo conseguiría. No se quejó de nada, ni de la comida, ni de las bromas de novata, ni de la falta de aseo o intimidad, ni de la falta de sueño ( Burke era un noctámbulo empedernido que exigia su ración de Grace con la vehemencia de un hijo único consentido al que no se le puede contrariar). Lo único que pidió fueron unos guantes para no despellejarse las manos.

El dia que amarraron a puerto para recoger la carga, Grace bajó a agenciarse un diario. Quería registrar sus impresiones en aquel bajel, de la misma forma que Burke escribía el diario de abordo.Aprovechó para tomar un baño y escribir a su hermano Lester. Cuando regresó abordo, de nuevo Richard no estaba. Preguntó a todos cuantos estaban en cubierta, y le contestaron con alzadas de hombros y miradas esquivas. Finalmente Wilkes le dio la respuesta:"el capitán ha bajado a hacer negocios y divertirse, como siempre".

Esperó en cubierta asomada a la baranda hasta que entrada la noche regresó, completamente borracho y sostenido por una fulana, que lo dejó frente a la pasarela. Cuando Burke consiguió llegar a las tablas de barco, no sin antes trastabillar un par de veces, sintió el sabor de su propia sangre en la boca tras el puñetazo de Grace.

- eh Granny!!!... Vamos... Granny!!!

La pelirroja enfurecida se encerró en el camarote y lo dejó aporrear la puerta el resto de la noche.Y aquello solo era el principio... Quedaban meses de travesía. ¿Cómo iba a poder lidiar con aquello? Se sentó en el escritorio y dió un trago de una botella de scotch, encendió una vela y cogió pluma y el diario.Con mano temblorosa escribió:

....DIA 16 de travesía. Hemos amarrado a puerto y desearía destripar y matar al imbécil de Burke. Este va a ser un largo viaje.

Diario de abordo. Dias siguientes.


DIA 19 de travesía.
La ira me corroe y cada vez que lo veo me dan ganas de estrangularlo. No pienso dirigirle la palabra. No tenía necesidad de largarse con la furcia.
Tenemos dos españoles a bordo, Bernardino Talavera y Lucio Narváez. Talavera es de Castilla y no me explico como se siente tan a gusto en el mar. Lucio es de Cádiz y habla muy extraño, pero siempre están ambos con la risa en la cara. Estos españoles son unos bravucones que se rien hasta de su madre, pero al menos me hacen pasar mejor los dias.
Espero que cambien los vientos, porque no soporto sus disculpas ladinas, sé que lo siente... Pero si lo perdono tan rápido...¿Lo repetirá? Es complicado cambiar las viejas costumbres.
Los españoles dicen "y que mañana salga el sol por Antequera". Pues eso.

DIA 20 de travesía.
Menuda sorpresa!! Yo creía que teníamos un mozo aprendiz a bordo y resulta que es una mujer!! No me había percatado porque no le había escuchado la voz. Leah es muda. Por lo que me han contado, Burke la recogió en Isla de Muerta. Parece ser que la chica limpiaba en un burdel y no tenía más de 12 años. El maldito bastardo parece ser que tiene corazón. La tiene como una hermana pequeña. Ahora tiene dieciseis y estaba claro cual iba a ser su futuro. No sé que será de ella aquí, pero seguro que será mejor que siendo puta en una isla de bellacos y delincuentes.
Lo cierto es que no consigo comprenderlo.A veces creo que lo conozco, que tiene un buen fondo y buenas intenciones. ¿Pero cómo es posible que se equivoque tanto?
Grace O'Malley, a veces eres tan obtusa y cabezota que no ves más allá de tus pies. Quizás pido lo imposible. Creo que hoy lo dejaré volver a ocupar su camarote. Ya lo sé. No hablo con nadie, tú eres un trozo de papel, hablo conmigo misma, así que... Hasta mañana Grace.

DIA 22 de travesía.
Siento que voy a morir de nuevo. Nunca he estado tan cerca de la muerte tantas veces como aquí... Ni siquiera cuando Lester y yo nos comimos todas las setas que le robamos a la viuda Hollister y acabamos moribundos y empachados.
La fiesta de ayer fue memorable, pero el ron era fuerte y de mala calidad. Creo que se me han quemado las tripas. Me duele la cabeza y si me pongo en pie necesito vomitar.
Richard estaba feliz, queria celebrar que los malos momentos se los lleva el viento y concedió licencia para beber y tocar música. Los españoles comen y beben como cardenales, pero aguantan contra viento y marea la resaca.
El contramaestre Wilkes toca el violín y Lucio la guitarra. Ya me sé más canciones obscenas de las que mi viejo Flinn consideraría aceptables en su hija.
Talavera me mira de una forma que me produce inquietud. No es una mirada de lujuria, es de lástima . He intentado sonsacarle, pero me huye con chistes y bromas, o se hace el tonto que no entiende mi idioma. Lo cierto es que es un hombre alto para ser español y tiene unos ojos verdes como el mar.
Uf.. Voy a por el balde de nuevo. Hasta mañana.

DIA 30 de travesía.

Un mes ya en este barco.Ni siquiera yo pensaba que sería capaz de adaptarme, sin embargo pasa rápido. Nos acercamos a Portrush, en Irlanda, se supone que alli recogeremos cierta mercancía que debemos llevar hasta Calais.

Nunca he estado en Irlanda. El viejo Finn contaba historias de nuestra tierra que me gustaría comprobar por mí misma, pero me parece que no habrá tiempo suficiente para eso. Al menos podré ver la costa, nos acercamos y es casi como si ya la conociese, es una sensación extraña.

Por su propio bien, espero que Burke no se emborrache como la última vez. Lo cierto es que eso me causa mucha desazón. Dice que soy una histérica celosa. Este insensato aun no me ha visto histérica...

DIA 31 de travesía.

Navegamos paralelos a la tierra que vio nacer a Elba y Finn. Esas paredes cortadas con la furia de las olas rompiendo... Y esos campos verdes, con sus casitas blancas en la punta del acantilado... Juraría que lo he visto en sueños. Ahora entiendo por qué las melodías de nuestra música suenan a añoranza. Parece una tierra tan dura como maravillosa. Quizás algun dia pueda volver para conocerla a fondo.

Me he apostado con Talavera una borrachera a las cartas. Jamás te la jueges con un español!!!! Creo que me ha hecho trampas, pero no puedo demostrarlo... El muy rufián es todo un profesional. Menos mal que no me aposté la honra que no tengo. Depende de lo que haga Burke hoy, quizás acompañe al castellano en su borrachera.

DIA 32 de travesía.

Anoche atracamos en el puerto y nos dieron noche libre. Acompañé al capitán a tierra firme, pero al llegar al sitio donde debía terminar de negociar la carga,no me dejaron pasar. Me fui con Lucio y Bernardino a la taberna de turno, y se pusieron como cubas, yo no conseguí tragar ni una gota, tenía un nudo en el estómago.

Hoy amaneció sereno, lúcido, y con dinero en la bolsa. Creo que empiezo a comportarme como una celosa histérica. Ha cumplido, y yo debería haber confiado más.

Han subido a la bodega unas veinte cajas grandes. He preguntado a cerca de ello, y me han dicho que son botellas de scotch para los franceses. Esa explicación no me cuadra demasiado, ¿tanto les urge a los franceses el whisky? si quieren scotch, pueden contratar mercantes más económicos. Veré si puedo sacarle algo a Richard cuando haya bebido un poco y esté contento.

DIA 34 de travesía
Llevamos dos días bordeando la isla de Irlanda en busca de la corriente atlántica que nos lleve a costas francesas. El tiempo comienza a estabilizarse, la primavera comienza a marcharse dejando paso al verano.

Si no fuese por mi pelo color calabaza, parecería una de esas gitanas españolas. Ya no tengo piel, tengo cuero curtido. si Mama K me viera, pondría el grito en el cielo. Es como si la estuviese escuchando :"antes eras igual de fea que tu hermano, ahora eres el casi el doble, con esa piel quemada y arrugada". A Dios gracias que no tengo vocación de furcia, no soportaría estar siempre pendiente del peinado y de la ropa. Y esa es la parte divertida de la profesión.

Talavera tiene orden de custodiar la puerta de la bodega día y noche. No puedo evitar preguntarme qué será lo que habrá en esas cajas.

DIA 45 de travesía.

Quedan cinco dias para llegar a Calais. El calor y la ausencia de brisa hacen que el Barracuda parezca un cementerio flotante, todos buscando el amparo de la sombra.

Leah se ha pegado a mi desde hace algunos días. A veces no la comprendo, solo habla con signos y es complicado. Le he preguntado si quiere aprender a leer, y está entusiasmada. Como vamos escasos de papel, y no tenemos ningun libro a bordo, practicamos las letras en una bandeja de serrín. Aprende rápido, y a pesar de llevar el pelo corto como un chico, cuando me mira con sus ojos de cachorrillo perdido, me da un no sé qué. Pienso que siendo muda, de haberse quedado en la isla de Muerta le habría aguardado un futuro atroz.

Como Talavera está confinado a la puerta de la bodega, Lucio se aburre soberanamente, parece que los españoles no son tan vagos como dice su fama. Cuando ya no queda tabla alguna que fregar, vela que arriar o cabo que atar, se empeña en enseñarme su música. Me resulta imposible, se me despellejan los dedos con la cuerdas. Pero me enseña canciones de su tierra. El muy cenutrio se mete conmigo porque no pronuncio bien el español. Dice que cuando canto "Rosa roja que al rio va a parar..." parezco una vaca rumiando hierba. Habría que verlo a él cantando Scarborough Fair.

DIA 47 de travesía.

Ayer Burke empezó a beber a mediodía. Por la noche estaba tan borracho que no podía ni levantarse.

Aproveché para bajar a llevarle a Talavera la cena y un par de botellas. Tras la segunda se le soltó la lengua. La carga que llevamos no existe oficialmente. Son las pertenencias de Lord Smithson, fruto del saqueo de su mansión. Él no conoce la verdadera historia, yo la sé por Aidan, que se entera de todo. El Lord en cuestión era consejero del Rey, pero lo acusaron de doble espionaje a favor de Inglaterra y Francia. No podían probarlo, así que fingieron un ataque a su villa costera por parte de piratas españoles a los que, por descontado, no pudieron dar caza. Lamentablemente murieron todos y saquearon su villa. El fruto del saqueo comprometía al Rey si algun dia se descubriese. Así que aquí estamos, llevandolo a costas Francesas en pago por su apoyo. Esto me ha dejado un poco fria, no pensaba que me hubiese enrolado en un barco de contrabandistas.

Le prometí a Talavera que no diría nada. Me cae bien el español.

DIA 50 DE TRAVESÍA.

Hemos llegado a Calais. Es un puerto grande, bullicioso y feo hasta decir basta. Y lleno de franceses, claro. Descargaremos esta noche, en un muelle abandonado donde nos esperan para descargar las cajas. No pasarán por control de aduana, sería la ruina de ambas coronas. No puedo evitar estar nerviosa, noto a los que lo saben algo tensos. Burke está sobrio y alerta a cualquier movimiento en tierra. Talavera se revuelve en la bodega, camina de un lado a otro y limpia su espada sin cesar. ¿Acaso nos espera algo peligroso? mucho me temo que a veces es mejor matar al mensajero, y esos somos nosotros. Tenemos órdenes de no bajar a tierra y permanecer todos aqui.

DIA 55 DE TRAVESÍA.

Lo de Calais no era una trampa, se hizo lo acordado y nos marchamos con la saca llena. Me pregunto qué más negocios "de confianza" habrá pactado Burke. Navegamos en dirección a Bergen, en las tierras salvajes del norte del continente. Parece ser que el Gran Duque de Francia, el tal Lacroix, tiene allí un amigo que es el principal comerciante de bacalao en el continente y hemos de recoger algo que le envía. No me extrañaría que fuera un cargamento de niños para beber su sangre. Ese tipo es un demonio.
Navegamos a toda vela, esta es la unica estación del año favorable para llegar allí con vida. Dicen que en invierno en las ciudades hay -40 grados de temperatura. Ni el whisky del buen McDaniel's te revive en ese frio.

DIA 65 DE TRAVESÍA.

Hemos atracado en Bergen y hasta dentro de tres días no estará listo el cargamento. Aprovecharé para visitar la ciudad. Seguramente Burke se pase los tres dias borracho o gastándose en juego lo que ganó en Francia.

DIA 69 DE TRAVESÍA.

La ciudad era muy bonita, las casas son de madera y las pintan de colores vistosos. He comprado un trozo de pizarra y unas piedras de cal para enseñarle a Leah a leer y escribir mejor que con el serrín.
Burke me ha traído un anillo con una perla. A veces creo que realmente siente alguna cosa, pero no es capaz de comportarse en consonancia. Creo que esos detalles son su forma de decirlo. Estos días ha estado más cariñoso, y he aprovechado, para cuando no lo está. ¿Será siempre así de impredecible? ¿Por qué me pongo siempre tan furiosa? A veces creo que Aidan tiene razón, que nací enfadada con el mundo y todos a mi alrededor pagan el enfado.
Odio reconocer esto, diario, pero siento que ese hombre tiene atrapado mi corazón en una cofre, y no sé si quiero que lo suelte, o que se lo quede. Esto me hace débil, muy vulnerable, y creo que por eso me paso la mayor parte del tiempo odiándolo.

Nueva ficha de personaje de rol. Grace O'Malley

Desde pequeña estaba acostumbrada a pelearse con sus hermanos. La tercera entre cuatro varones. Sam era el mayor, se llevó todos los genes de sus antepasados irlandeses que se ganaban la vida en el campo criando ovejas: enorme, pelirrojo, cejijunto y bastante simple. Heredó el negocio que su padre había regentado hasta morir: la tintorería donde teñían las lanas para exportarlas. Sus uñas habían adquirido un color granate distintivo de su oficio. Casado con Leslie, que no podía ser más petulante, más bizca y más arpía. Podría haber tenido alguna muchacha guapa del barrio, pero su cuñada era un portento en manipulación.
El segundo, Lester, había sido el más problemático. Su afición al juego, las mujeres y los líos, les había hecho pasar muchas penurias en casa. El pago de sus deudas a veces les mandaba a la cama con el buche vacío. Pero cuando su padre enfermó rectificó su actitud y consiguió abrir una pequeña taberna en el puerto. Lo que no le contó a su padre es que organizaba timbas secretas, pero eso ya no tenía importancia ahora.
Aidan, el benjamín, heredó todro el ingenio de su abuelo materno, que fue un pionero en el negocio de la tintura textil. Aidan era algo enclenque y enfermizo, y casi nunca acompañaba a sus hermanos en sus correrías. Una casualidad hizo que se cruzase en vida Erin Watkins, la hija del alcalde. La niña se escapó de su casa y se perdió en el puerto. Unos días más tarde, Aidan la encontró sucia y hambrienta y la convenció para volver y su padre, agradecido, lo incorporó a su casa como chico de los recados. Por su ingenio y su tenacidad, se ganó el cariño de la gobernanta y el mayordomo, que acabaron enseñándole a leer y confiándole tareas de cierta importancia. A día de hoy, se ganaba el pan como ayudante de los funcionarios portuarios, llevaba y traia valijas, papeles, sacas con monedas y recados diversos; y mantenía con Erin una amistad extraña, un “quiero y no puedo” que los mantenía en un sinvivir sentimental.

Cuando nació la única hija de Finn O’Malley, creyeron que Elba, su madre, iba a morir de parto. Nació de nalgas y costó sacarla; después no rompió a llorar como los bebés suelen hacer y hubo que insuflarle aire en los pulmones. Como más de una vez le dijo su viejo : “naciste muerta, no tienes nada que perder”.

A Grace le gustaba observar como trabajaban los tintes su padre y Sam, y solía ayudar en los estudios a Aidan. Pero su hermano favorito era sin duda Lester. Cubría todas su mentiras, asumía muchas de sus culpas, y juntos habían llevado a casa muchos víveres de origen incierto cuando las propias deudas o la carestía de los malos tiempos reducían la despensa de los O’Malley. Tras la muerte de su padre, y con su madre teniendo el sustento asegurado por su hijo mayor y su nuera (hija de un comerciante de tabaco bien posicionado), Grace ayudó a su hermano Lester a levantar el negocio del puerto, que bautizaron como “La Sirena Varada”. Allí conoció a todo tipo de calaña noctámbula, jugadores, bebedores, delincuentes y putañeros de todo tipo. Pero sin duda, trabajar como sirvienta o como puta no iba con ella.

Un tal Richard Burke se cruzó en su camino; navegante consumado y de dudosa reputación, encandiló a la joven O’Malley, arrastrándola a un viaje intenso por la mitad de la costa Atlántica, con persecuciones y galernas incluidas. Tras dos años de correrías lejos de casa, regresó a su hogar huyendo de la peste y de Burke, con el que ya no tenía nada en común más que un odio frio y latente.

NAVIDAD.
Escucha aqui.

Desembarcó en el puerto, con su petate al hombro y el olor a salitre y brea pegado a la piel. Saludó a varios conocidos, tripulantes de mercantes locales, y cuando puso el pie en tierra, supo que estaba en casa.
Nada parecía haber cambiado aunque ya pasaban algunos meses de los dos largos años que no había estado en su hogar. La misma bruma mortecina que al levantarse dejaba ver aquel puerto en forma de embudo invertido, la veleta de la torre de la campana y el faro que se erguía vigilante sobre la roca desnuda del espigón; el graznido de las gaviotas, carroñeras del mar, abalanzándose sobre los desperdicios que echaban por la borda los pescadores que preparaban las cajas de pescado fresco para vender en la lonja. Aspiró con fuerza el aire de aquel lugar y su alma vibró de forma imperceptible. No sabía cuánto lo había echado de menos hasta que vadeó su costa. El ruido de la actividad portuaria unido a un empujón desconsiderado de alguien que llevaba prisa, la devolvió a la realidad. Se frotó el hombro, recogió el petate que se había desplomado sobre el mojado pavimento y se perdió entre el bullicio de las callejas del barrio costero.

Decidió que debería darse un baño antes de recalar en la taberna de su hermano. Los baños públicos los regentaba Mama K, la abreviatura de Madame Kirea, la que antaño fuera dueña de un imperio de burdeles, hoy reducidos a varios de los más populares del puerto. Mama K seguía teniendo contactos de renombre y una red de “pajarillos” que le contaban todo lo que valiese la pena saber en la ciudad. La suela de su bota se abrió del todo debido al desgaste, se apoyó un instante en una pared de madera para sopesar el alcance de los desperfectos y el tablón cedió. Grace aterrizó en el interior de una de las saunas de Mama K donde un ayudante del gobernador se daba un festín con dos rubias que estallaron a reir y a gritar ante la intromisión inesperada. El vapor había podrido la madera. Se organizó un buen revuelo y muchos transeúntes se pararon a mirar y a reir, sañalando al funcionario. El ayudante del gobernador montó en cólera y pidió la cabeza de Grace.
Las chicas la escondieron camuflandola entre ellas, pues sabían de sobra que era la hermana de Lester O’Malley, el tabernero de la Sirena Varada. En aquel local podían sentarse tranquilamente, captar clientes y hasta llevarse comisión por las copas. El sistema era sencillo: cuando el cliente las invitaba a una copa, ellas pedían “vino de Lanre” y Lester les servía agua coloreada. El cliente pagaba un vino y se repartian el importe al 50%. Cada vez que un cliente de Mama K quería jugar al poker en timbas discretas y con clase, se reunían en la Sirena Varada, en la parte de arriba, que disponía de una salida independiente. Los locales de la madame estaban muy vigilados. Asi pues, la asociación entre el pelirrojo y la antigua cortesana, era lucrativa, y las chicas de Kirea tenían en aquella taberna un lugar donde no las trataban de fulanas, sino como mujeres que estaban trabajando.

Cuando el fucionario se marchó, algo más calmado gracias a la generosidad de Mama K, que lo invitó a relajarse en otro de sus locales de forma gratuita, la madame se dirigió a Grace.
- Apestas a pescado, y eres tan fea como tu hermano. Espero que no te salga la misma barba.-
Grace rompió a reir. Mama K siempre le decía lo mismo desde que la conocía. La abrazó, aunque la mujer intentó deshacerse de ella.
- Estoy en casa!! No me estropees eso tambien, K.-
Cuando decidió seguir a Burke en busca de aventuras, Mama K le advirtió que aquel hombre no era trigo limpio. Pero ¿quién era ella para dar consejos?. La cuestión es que tenía razón. En todo. Pero es inútil vivir en el pasado. Estaba en casa y eso era lo importante. Se vistió, se compró unas botas nuevas y caminó hacia el negocio de su hermano.

Era Navidad y alguien tocaba el violín en un callejón. Dejó caer un chelín en la agujereada funda del instrumento y subió por la calle donde el cartel de madera con una sirena apostada en una playa, cromado y descolorido, pendía de sendas cadenas de metal herrumbroso. Empujó la puerta de la taberna y el bofetón de calor le golpeó en la cara. Alguien cantaba villancicos irlandeses y escoceses.
Se quedó allí en la puerta observando la escena. La gente riendo, bebiendo, charlando. Era una algarabía agradable, el olor a comida, a humanidad, la música y la felicidad decadente de aquella gente sencilla en las fechas en las que uno añora una familia y la lumbre de un hogar. Observó la cabellera pelirroja de su hermano riendo y chocando la mano con un cliente.
Sin duda había dejado atrás las brumas inciertas, el viento había cambiado y soplaban nuevos tiempos para Grace O’Malley.
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Hans Van Der Morten.

Lugar: 51°57′24″N 5°33′55″E

Fecha: Siglo XV-XVI

El pequeño Hans fue a nacer en una ciudad holandesa llamada Rhenen, cerca de Utrecht, y desde luego fue sin su permiso, pues si le hubiesen preguntado, seguramente se habría negado a venir a a este mundo. Su madre que tanto lo deseó, yacía a dos metro bajo tierra; su padre la enterró. Sus tres intentos de hermanos mayores que nacieron ya muertos, también fueron enterrados por su padre. Su abuelo que fue un músico- soldado alemán mutilado en la guerra de los treinta años, descansaba también en la blanda tierra gracias a su padre, y su querida abuela Nienke que fue quien lo crió hasta los ocho años, también estaba pudriéndose bajo la turba que su padre había removido y cavado. Y es que su padre, Anton Van Der Morte era el sepulturero de Rhenen. Su vida giraba enteramente alrededor de la muerte; la muerte les daba la vida , incluso como broma macabra su apellido sonaba a muerte; y por el contrario aquella vida era una muerte diaria.

El pequeño Hans estaba acostumbrado al tufo de la desomposición, al sordo ruido de la pala que cava el hueco; compartía jardín con más de 600 vecinos inertes y silenciosos. Su naturaleza calmada y retraída estaba perfectamente integrada en aquella humilde casa dentro de aquel basto cementerio. Desde pequeño, como una maestra macabra y tenaz, la muerte le había enseñado que existen pocas cosas duraderas y que la fortuna y la felicidad son efímeras, y que la negra señora se lleva a quien ella desea y cuando ella lo desea. Así que cuando Hans asistió a la escuela por unos años, a pesar del escarnio y el rechazo de sus compañeros por su aspecto taciturno de mal fario, forjó una personalidad fuerte, tranquila de gestos e inquieta de mente. Descubrió que la música y la lectura lo tranportaban más allá de su mundo mudo y estático.

Cuando regresaba a casa tras la escuela, atravesaba cortejos fúnebres, corros de plañideras y espectáculos grotescos de todo tipo; tal era el comportamiento de los seres humanos ante la pérdida. Aquello no le afectaba lo más mínimo, pues se había criado entre lapidarios, marmolistas, funerarios y todo tipo de gente relacionada con el negocio de la muerte.

Su padre era igual de retraído que él, tan solo que con los años se estaba volviendo algo más agrio. Constantemente visitaba las posadas de la ciudad para beber y charlar con la calaña noctámbula; aquel era su único vínculo placentero con el resto de humanos. Costaba no pensar que cualquiera de sus amigos con los que hoy tomaba cerveza fuerte o aguardiente, mañana podían estar en alguno de los huecos que había cavado hoy.

El pequeño Hans tampoco establecía vínculos afectivos con el resto de mortales. A su manera de entenderlo, inconscientemente, sabía que aquellos que hoy se burlaban de él, podían callar para siempre en cualquier momento en una especie de justicia demoledoramente inesperada, de igual forma que  aquellos que lo pudieran amar. El pequeño observador veía pasar la vida por delante sin juzgar ni tomar partido, él bien sabía que al final no había diferencias entre pescadores, putas, emperadores o sacerdotes.

Cuando su padre se ausentaba en las tabernas, Hans se entregaba a aquello que le producía más placer: la música. Tañía el violín desgastado de su abuelo. Aprendió a tocarlo de forma autodidacta, y en secreto soñaba con vivir algún día en Utrecht y aprender música. Se dejaba llevar por su imaginación lejos de aquel jardín de sauces, cipreses y cuervos, lejos de aquella valla de hierro forjado que se cerraba con una gruesa cadena y un enorme candado cada noche; lejos del tacto de mármol frío de los ángeles y madonnas de piedra.

Cuando cumplió los 16 años su padre le regaló una capa gruesa de paño negro y un sombrero de ala ancha también negro; para los entierros de postín, decía, había que estar presentable. La ciudad de Rhenen estaba en auge comercial, con la lucha por la independencia contra los españoles hacía falta todo tipo de avituallamientos, alimentos, cerámica, madera… y su ciudad contaba con un buen muro defensivo que mandó construir un obispo en el 1346. Por aquel entonces su padre se deterioraba a marchas forzadas; su semblante demacrado y pálido cada vez estaba más cerúleo y ojeroso, y una tos cavernosa lo sacudía de noche.  Un día no pudo levantarse para realizar sus encargos diarios: hablar con los picapedreros, comprar las flores para las tumbas cuyos familiares pagaban por mantenerlas bonitas, pasar con su carro y su mulo Caronte por la morgue a recoger los cuerpos amortajados y listos para ser enterrados; pasar por la oficina del alguacil a ver si había habido alguna ejecución, reyerta o muerte de algún delicuente… Así que Hans dedicó todo el día a hacer aquel trabajo penoso calladamente y con diligencia. El doctor  Meijer acudió a su casa, y con expresión seria le diagnosticó la tisis (tuberculosis), le recetó varias cataplasmas y recetas para la fiebre, que bien sabía que no lo salvarían de rendirle cuentas a la de la guadaña.

Anton Van Der Morten exhaló su último suspiro tranquilamente una semana después, a estas alturas temerle a la muerte hubiera sido una insubordinación. Hans cavó el hueco, depositó la caja de madera, tapó la brecha y mandó hacer una lápida modesta y austera, como habían sido sus vidas desde que recordaba haber vivido. Las plañideras no le cobraron nada, fue un bonito gesto, ya que de su llamada dependía el sustento de las lloronas. Media ciudad acudió a dar el último adiós a aque hombre que nadie conocía bien pero todos respetaban y honraban pues era él quien les daba el trato final en su último momento. Cómo cambiaba la gente ante la presencia de la única justiciera; todos tenían palabras amables para Hans,a pesar de no haber reparado en él jamás; no fuera a ser que aquellos hombres hechos de otra pasta tuviesen algún tipo de influencia con la temida Muerte. Cuando el sacerdote terminó el responso, todos se marcharon en silencio, dejando el cementerio desierto y callado; Hans cerró la cancela con el pesado candado y se alejó por el camino con la piqueta al hombro y la pala en la otra mano. Cerró la puerta tras de sí y se sentó frente a una chimenea apagada. Desconocía cuanto tiempo se quedó suspendido en algún tiempo entre la ensoñación y la realidad. Todos daban por supuesto que él ocupase el lugar de su padre; quién si no iba a querer trabajar de enterrador. No le quedaba nadie en aquel lugar que lo atase a permanecer en aquella casa junto al camposanto. La ciudad bullía de actividad, en las grandes urbes se debía fraguar algo grande, pues atravesaban un momento histórico de grandes cambios. Hans ardía en deseos de salir de allí, pero cómo iba a ser posible, sin dinero, sin contactos, sin nada en sus manos más que muerte…. Debía pensar con calma cómo iba a planificar su futuro. En aquellos pensamientos se encontraba cuando se puso a llover con fuerza. De prontó recordó que había dejado a Caronte junto al cobertizo donde almacenaban algunos ataúdes. Cogió su capa y su sombrero para no empaparse y salió corriendo hacia donde el pobre mulo esperaba pacientemente. Lo desenganchó y lo llevó hacia el pequeño establo que tenía junto a la casa. Cuando salió de la cuadra escuchó ruidos como de pala y pico. Pero aquello no podía ser: no había nadie en aquel cementerio más que él y su mulo. Aguzó el oido y con cautela se dirigió hacia donde provenía. No sería la primera vez que algunos gamberros entraban en el camposanto y que su padre les había tenido que ahuyentar.

Observó una pequeña luz titilante entre la lluvia, cerca de un panteón de rico marmol y estatuas de arcángeles labradas finamente. Cuatro hombres fornidos y con aspecto de pocos amigos estaban cavando afanosamente. Eran ladrones de tumbas y sabían muy bien lo que iban buscando. Hans se agazapó tras una cruz de Malta intentando reconocerlos, pero no le sonaba ninguna de sus caras. En algún momento de aquel macabro espectáculo debieron llegar a los cuerpos de la familia de terratenientes, pues Hans vió como salía volando un crucifijo ornamental de un ataúd, y seguidamente uno de los tipos siniestros se embutió un sombrero de militar con graduación, haciendo bromas y pavoneándose. Lo siguiente que rodó por el suelo fue una cabeza en la que apenas quedaban los dientes y algo de cabello. Uno de los tipos se acercó a recoger aquel despojo y se percató de una silueta oscura que se había escondido tras una cruz. Soltó el cráneo de golpe y corrió hacia Hans con un cuchillo de bandido en la mano. Éste saltó como un conejo por encima de dos lápidas y mandó a sus piernas correr tan rápido como pudieran. A su espalda escuchaba los roncos gruñidos de los cuatro tipos persiguiéndole. Contaba con la ventaja de que conocía aquel cementerio palmo a palmo y confió en darles esquinazo. Se escondió en un hueco que su padre había dejado a medio cavar, echandose un monton de hojas secas y flores putrefactas encima, esperando despistar a aquellos maleantes. Pasó al menos dos horas allí tumbado entre la lluvia y el frio de la tierra, esperando que los rayos del amancer terminasen por disuadir a aquellos energúmenos y cesaran en su búsqueda, y así fue. Maltrecho, aterido, completamente empapado, se dirigió a su casa, con la certeza de que en pocas horas volverían a por él, pues había sido testigo de un delito repugnante y penado con la horca.

Quizás fue la tristeza que no se había permitido sentir por la muerte de su padre, de su madre, de sus hermanos no nacidos, de su abuela y hasta de su abuelo que nunca conoció; lo que le impulsó a hacer un acto irracional y descabellado. Bien sabía que las leyendas no son ciertas y que en la vida tan sólo hay algo seguro y es que algún día morimos; pero sin saber porqué, se echó la piqueta al hombro, desató a Caronte y se perdió en los húmedos caminos, una sombra en la noche, sin rostro, sin voz, sin identidad.