En tierras de Tormenta

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el extraño.

Shedain se cosió el tajo del costado como buenamente pudo, con sus rudimentarias herramientas de primeros auxilios: una aguja de hueso e hilo de tripa de ovino. Bebió y descansó un par de horas. 
Cuando los Sombra no volvieran a su campamento base, descubrirían que su misión de pararla y arrebatarle el objeto habría fracasado; y a aquellas horas ya debía tener algunos más siguiéndole el rastro.

Estaba tan solo a dos días de la ciudad, tan sólo debía llegar hasta el río y borrar su rastro. Dicho y hecho. Se sumergió en las turbias y arremolinadas aguas y se dejó llevar por la corriente. Un buen trecho más abajo podría salir cauce fluvial sin dejar huellas, pues se formaba un recodo sobre el que varios troncos caídos había hecho una especie de puente. Se agarró a la madera recubierta de liquen, y trepó con bastante esfuerzo, notando como algunos puntos se desgarraban al estirar el torso. Sin saberlo ni ser consciente, hizo un gesto de dolor con la cara, algo inaudito de una adem. Su subconsciente la había traicionado, pero como no había nadie para verlo, no le importó.

Salió del agua empapada, aterida, maltrecha y ahora muy cansada. ¿Habría perdido demasiada sangre? era posible, era una herida extensa y abierta. Caminó por la madera y después trató de pisar piedras y terreno tan firme que no dejase huellas. Debía despistarlos a costa de lo que fuese, pues no podría llegar a la ciudad antes de que le dieran caza, así como estaba. Antes de que anocheciera debía encontrar algo de comida o desfallecería, y cualquier cosa serviría, pero sin encender fuego. Su víctima fue una ardilla. Le repugnaba profundamente comer carne sin cocinar, pero no quedaba otro remedio. Enterró el pellejo bajo un arbusto y siguió su camino. Descasó otro par de horas y decidió que sería más sensato viajar de noche, cuando la oscuridad hacía más difícil de seguir su rastro. Pero estaba tan exhausta, tan maltrecha, que sus pasos eran torpes y lentos. Empezó a sudar y a tener frío: mala señal, eso era fiebre. La herida estaba infectada y comenzaba a ver algo borroso. Dio un traspiés y acabó magullándose la rodilla contra el suelo; así no podía seguir, no estaba en condiciones. Pero la alternativa era morir allí en el bosque, sin opciones de curación ni fuerzas para resistir. Una pequeña luz se coló en sus desenfocadas retinas; se acercó a ella, casi a rastras. Parecía una pequeña chabola en el bosque. Trató de llegar hasta la puerta y las fuerzas la abandonaron de nuevo, con lo que tuvo que apoyar su espalda en la pared de madera mientras resbalaba hasta el suelo y llamar con los nudillos débilmente.

Al principio no escuchó ningún sonido. Quizás no había nadie, era el refugio de algun pastor o cazador que no se hallaba dentro. Cerró los ojos con resignación, los temblores no podía pararlos, no podía controlar su propio cuerpo, y sin control..¿qué era un adem? nada. No quería pensar en las mil hipótesis  a cerca de su futuro inmediato, no acostumbraba a hacerlo, pero la fiebre campaba ya a sus anchas. Pensó en que moriría allí si el cazador la encontraba, a fin de cuentas era una mercenaria armada, herida y peligrosa. Pensó que que si la encontraban los Sombra, también perecería. Pensó que los animales salvajes darían cuenta de ella si caía en coma, y se estremeció. Ninguna hipótesis halagüeña cruzó por su cerebro. Trató de concentrarse en el latido de su corazón, es su ritmo acelerado en compensación a la falta se sangre y la fiebre. Si tan solo consiguiese encontrar la reserva de coraje y autocontrol que éste atesoraba...

Cuando sus ojos empezaron a cerrarse, incapaces ya de permanecer en lucha por más tiempo, observó unas botas grandes frente a ella, en el punto en el que había fijado la vista. Una voz áspera la interpeló.
- no me gusta que se mueran en mi puerta.- Y acto seguido lo que creyó una garra, por su tamaño, la arrastró dentro de la cabaña.

Olía a humo, y se escuchaba un incesante repiqueteo de una gotera.  Cuando abrió por fion los ojos se filtraba la tenue luz de un atardecer rojizo. Había dormido toda la noche y todo el día, y no estaba muerta pero no pudo evitar pensar que quizás aquel hecho no fuera una ventaja. Quizás sólo le aguardaba una muerte más lenta. Pensó además que la distancia que había ganado a los Sombra, ya se habría desvanecido. Giró un poco la cabeza para ver mejor dónde se hallaba y se encontró de frente con un rostro extraño. La piel era cetrina y de barba oscura, aunque de pocos días. Una enorme cicatariz de carne retorcida le surcaba el lado derecho de la cara, donde le faltaba el ojo. La cuenca estaba hundida pero cubierta con piel y nudos cicatriciales del remiendo tan burdo que le hicieron. No era un rostro agradable, y estaba unido a un cuerpo ancho, fornido y sucio. La suciedad era algo que la molestaba tremendamente, y a sus fosas nasales llegó el olor de la mole humana. Porque era humano..¿no?. Era muy alto y fuerte y sus rasgos no correspondían a los de la zona. Miró sus manos y eran enormes racimos de dedos ennegrecidos. Juraría que fue una garra lo que la arrastró adentro antes de desvanecerse; pero con la fiebre ya se sabe.

Miró a aquel hombre y rebuscó con sus pupilas su única y preciada posesión: Caelan. No estaba a la vista y eso la hizo ponerse nerviosa, aunque no lo exteriorizó.

- ¿Dónde está?.- Preguntó, suponiendo que el hombre sabría a que se refería. Por toda contestación recibió un movimiento de cabeza y un gruñido.



Ardith la Sajona. Personaje de rol.

ficha en proceso. Próximamente.

- Nombre: Ardith. En sajón significa "buena guerra".
- Procedencia: Droichead, hoy Bridgeball, al sudoeste de Britania.
- Apariencia: vease imagenes.
- Profesión: en teoría campesina que comercia en el mercado.

- Trasfondo: procede de una familia sajona afincada en la isla britana. Su padre, mercenario, se enroló en guerra tras guerra sin lograr sacar adelante dignamente a su familia compuesta por madre y dos hijos. En realidad era un extraño borracho que hacía acto de presencia de vez en cuando. Su madre ya no pudo soportarlo y decidió desaparecer de la isla embarcándose hacia Irlanda con sus hijos. Allí sobrevivió como pudo hasta que consiguió casarse con un viejo viudo que tenia un par de acres de tierra y ningun hijo. Aquello les proporcionó sustento por un tiempo. Pero tras un periodo de hambruna y pestes en el que falleció el viudo, Ardith aprendió a buscarse la vida de mil modos distintos, algunos de ellos no precisamente legales. Cultivaba en sus tierras hierbas de varios tipos, cereales de distintas variedades y una variedad de frutas que rayaba en la extravagancia. Decia que las pagaban bien en los mercados. La realidad es que la utilizaba para destilar toda clase de bebidas al margen de los recaudadores de impuestos.

- Aspectos psicológicos: de carácter fuerte y dicharachero. Con grandes habilidades de negociación, adaptación y aprendizaje al vuelo. Testaruda y concienzuda cuando quiere algo o se marca un objetivo. Perspicaz y poco amiga de los formalismos.

- Historia:

 No tendría más de nueve años, caminaba por el bosque recogiendo bayas para que su madre pudiera cocinar algo con ellas, quizás con suerte un pastel. Escuchó gritos y forcejeos en la espesura, y el inconfundible tintineo del metal. Se escondió tras un árbol y observó como tres hombres golpeaban a otro enfundado en ropas buenas, sin piedad, en desventaja clara. Mientras golpeaban mascullaban cosas como " maldito cabrón, tus impuestos nos oprimen, asi nuestras familias morirán de hambre". El hombre tumbado en el suelo perdió el conocimiento y dándolo por muerto, se largaron de allí.
Dos semanas más tarde, los cuerpos de aquellos dos agresores pendían del puente de la ciudad, colgando y con sus lenguas ennegrecidas fuera. Cuando los vio el día de mercado, entendió la lección: "los impuestos son injustos, pero apalear al recaudador solo empeora las cosas. Equilibremos la balanza de otro modo."
Y así fue como decidió aprender a destilar bebidas en el sótano del granero, eludiendo los impuestos, sobornando a los que no podía eludir, y manteniendo ese precario equilibrio del Quid pro quo en los negocios al margen de lo legal.




Los moradores del cristal

LOS MORADORES DEL CRISTAL.

Las noches no estaban siendo fáciles, el frio roía los huesos, la nieve sepultaba las humildes casas sumiendolas en un sueño silencioso, convirtiendolas en un refugio infranqueable al inexorable avance del invierno.
Los que, como él, no tenian casa en propiedad, se hacinaban alrededor de exangües fogatas de tabernas y hosterías. Frente al calor de las llamas, se apretaban foráneos y forasteros y contaban sus peripecias a perfectos desconocidos. Como si al conservarse en la memoria colectiva, al perecer uno mismo ya fuese a volverse inmortal.
McQuinn y Angus soportaban el frio con los remedios de siempre: comer siempre que se pudiera para generar reservas, beber liquidos que los calentasen y moverse para disipar el frio.
Aquella noche un desconocido irrumpió en la posada abriendo la puerta de golpe, dejando entrar un vendaval de nieve tras él, interrumpiendo la familiar charla. Iba embotado en su manto con capucha. ¿Quién estaba tan loco como para aventurarse en la fria noche?
El hombre enlutado era alto, corpulento y lucia una densa melena negra que asomaba bajo la capucha.el cuello alto del tabardo ocultaba parte de su rostro. En su mano enguantada se mecia un saco que goteaba algo oscuro. La lanzó al centro de la estancia y con voz cavernosa dijo:

-han vuelto.-

El saco rodó hasta el centro y algunos se apartaron para que no les manchase los pies. De la bolsa salió rodando una cabeza humana horrenda, con la piel arrugada y largos colmillos afilados.
Los escoceses se miraron perplejos. Uno de los aldeanos, un hombre fuerte y grande se levantó.

-hay que pararlos o nos saquearán y matarán mientras dormimos.-
Se inició un acalorado debate a grandes voces. Algunos mostraban su desacuerdo, fruto seguramente de su cobardía. Otros apoyaban al herrero, el primero que se levantó dispuesto a cazar aquellos monstruos.

Stan se plantó en mitad del círculo y gritó con su vozarrón.
-¡¡sileeeeeencio!!!!. -la mayoria dejó de vociferar y lo miraron.- ¿que diablos son esas cosas?

El herrero se adelantó un paso.

- Son los moradores del cristal, antes eran hombres. Se perdieron en las montañas y practicaron canibalismo y magias ocuras. Ahora son demonios salvajes que matan y saquean todo cuanto encuentran a su paso. No sienten el frio y no hablan. Son como monstruos del infierno helado.-

Stan miró a Angus y éste le asintió.

-¿y como los matamos?.- inquirió. Los aldeanos ahogaron la sorpresa. aquellos dos hombres extranjeros no tenían por qué ir en su busca. No eran sus familias las que corrían peligro. No eran guardias de la ciudad,y no era su obligación darles muerte.

El herrero sonrió, contento de contar con aquellos dos compañeros recios. Un par de hombres más se unieron a ellos.
- hay que cortarles la cabeza. Es inútil tratar de perforar sus corazas, son de un metal helado muy duro. Luchan a pie, son rápidos y se camuflan entre las nieves. Los detectarás por su olor y por sus ojos.

Los escoceses asintieron, se cargaron sus claymore a la espalda, un hacha pequeña en el cinto, un pellejo de vino caliente y se envolvieron en unos mantos prestados, pues los suyos a cuadros de colores destacaban como la sangre en la nieve.

Partieron a caballo en la oscuridad, siguiendo al hombre del embozo negro. Tras montar durante un par de horas, cuando la noche engulló todo rastro de luz reconfortante, llegaron a un claro donde ataron los caballos. Siguieron a pie, sin hacer ruido, desplegados en abanico, ocultandose tras árboles y arbustos.

Stan miró hacia arriba, la luna menguante arrojaba poca luz, pero ésta se reflejaba en la nieve y se podia ver medianamente bien. Se agazapó pegando su cuerpo a un montículo de nieve, y se arrastró con los codos, moviéndose hacia donde había escuchado un sonido. Le hizo un gesto con los dedos a Angus, que asintió. Se entendían a la perfección. Asomaron las cabezas por el borde y divisaron un morador agazapado, comiendo entrañas de un ciervo abatido, cubierto de sangre. Stan se movió rápido, en círculo, evitando que lo viera y aguardó a sus espaldas. Angus se levantó entonces, y se quedó de pie, mirando fijamente al morador. Éste se irguió mirándolo y gruñó. Soltó la masa sanguinolenta y esgrimió un burdo machete. Todos sus músculos se tensaron como cuerdas de arco. Levantó los brazos y cuando iba a aullar para avisar a otros moradores, su cabeza rodó por el suelo.
Stan limpió a Barn (Sentencia en galés) en la nieve y agarró la cabeza, lanzándola tras el montículo. Regresarían a Ethelia con una buena colección de ellas.

El herrero y otro de sus compañeros habían dado cuenta de otro morador. El ánimo estaba subido. Pero de pronto algo cambió en el aire. Fue una sola fracción de segundo pero pudo olerlo.

- cuidado!!!!- gritó.

Una horda de moradores les cayó encima. Salían de todas partes, de los árboles, del suelo, de detrás de las dunas blancas. Eran más de veinte y ellos solo cinco.
El del embozo negro se movió con rapidez y describiendo un arco con su espada de dos manos, amputó la pierna de uno, que dejó de correr en seco. Lanzó un cuchillo certero a la cabeza de otro y ensartó con su metal a un tercero.
El herrero machacó una cabeza con su enorme martillo y lanzó hacia atrás a otro. Su compañero no corrió la misma suerte: un morador lo mordió en una pierna y su alarido se escuchó en todo el bosque.
Stan sajó otra cabeza más y lanzó su hacha a uno que iba por la espalda de Angus, que se afanaba en destripar y lanzar lejos de él a aquella basura humanoide.
La reyerta continuó en medio del fúnebre silencio. La nieve se teñia de rojo y sus propias manos tambien.
Varios moradores se agruparon para rodearlos entre gruñidos escalofriantes, mostrando sus colmillos que destilaban babas sanguinolentas. El compañero del herrero sollozaba sobre el manto blanco, desangrandose junto al cadaver del morador abatido por su amigo.
Cargaron sin orden, como bestias inmundas. Los escoceses, curtidos en combate, se pegaron espalda contra espalda y reventaron cabezas,ojos, piernas e intestinos. Sin piedad, sin aprensión, sin sentir nada más que el torrente de adrenalina de quien lucha por su vida.

Poco a poco se hizo el silencio y los últimos moradores se convulsionaron en el suelo, com un pavo sin cabeza. El herrero vomitó.

Sin cruzar ni una palabra, Stan recogió las cabezas una a una y las ató del pelo. Angus se echó al hombro al aldeano, no sin antes anudar con fuerza un torniquete en su pierna destrozada. Habria que amputarla y solo con mucha suerte sobreviviria. El hombre del embozo negro montó en su caballo y se alejó en otra dirección.

Los cuatro llegaron a la ciudad de nuevo. Se encaminaron al patio de armas y dejaron al herido alli, para que se hicieran cargo de él. Contestaron algunas preguntas de los guardias y dejaron el cargamento de cabezas en una carreta.

Stan echó una mirada furtiva a la torre, donde se había encendido una luz, con la apremiante necesidad de despertar a la sanadora.

Dio media vuelta y se alejó por el camino, en busca del calor de la posada.

la caja.

La noche estaba ya entrada, la luna hacía buen rato que arrojaba su pálido resplandor sobre el bosque, provocando claroscuros entre el frondoso follaje de los árboles. Entre esa claridad plateada alternada con la negrura, caminaba sigilosa y atenta, prestando oídos a todo crujido, aleteo o sonido.
A lo lejos se escuchaban ladridos y aullidos lobunos. Más cerca de ella, el ulular tranquilo de algun búho. "Crack". Eso era una pisada. Se detuvo, pegó su espalda a un árbol, fundiéndose en la sombra que lo envolvía. Silencio de nuevo. Se centró en controlar su latidos, que se habían acelerado lo justo. "Crack". Otra pisada en el tapiz de hojas caídas. Estaba cerca. A su mente sobrevivino un flash, pintado en colores amarillos y naranjas.

- Es fácil para una adem entrenada como tú. Cuando regreses te daré le resto.- El hombre barbudo estrechó su mano para cerrar el trato. Le dio una pequeña bolsa y un tosco mapa.

Había seguido a los ladrones hasta su guarida, en una cueva escondida tras un tapiz de enredaderas. Había esperado hasta la noche, cuando algunos yacían durmiendo y otros borrachos. Había recuperado la cajita de palisandro remachada de plata, que contenía aquello tan preciado para su cliente y que no había querido desvelar. En el camino dejó un par de cadáveres. Como siempre, había inmovilizado al ladrón antes, pero si atacaban a matar, ella se defendía igual. La oportunidad se regalaba una vez; si se daba una segunda era fácil acabar muerto. No era del Lethani matar por matar, matar sin justificación para ello. Pero en ese caso, había sido inevitable, un daño colateral, y no le remordía la conciencia.

"Crack." Se estaban acercando. Estaba segura de que había al menos tres, pero sólo uno de ellos pisaba fuerte debido a su tamaño y torpeza. Los otros dos eran livianos y sigilosos. Eran dos Sombra. Dos asesinos entrenados, dos mercenarios del delito. Eran como los Adem, pero aceptaban trabajos deshonrosos y de malas artes, aquellos que los adem no aceptaban por atentar directamente contra todos los principios de Lethani.

Desenvainó despacio a Caelan, su vaina no cantó, como si supiera que un sólo sonido podría delatarla. La acercó a su cuerpo, ocultándola de la luna para evitar que su brillo la descubriese. Cerró los ojos, pues lo mismo daba tenerlos abiertos o cerrados en aquella oscuridad, y repasó mentalmente la letanía de su espada, que siempre le proporcionaba seguridad cada vez que iba a utilizarla.

Escuchó el silbido y se agachó rodando por el suelo. Dos artefactos pequeños en forma de estrellas afiladas habían impactado en el tronco del arbol donde hacía apenas dos segundos había estado su cabeza. Se incorporó como un resorte, todos los músculos en tensión, la tensión del familiar combate y su adrenalina. Recordó la Hoja que gira, el árbol espada y el cambiante viento que agita sus hojas, convirtiéndolas en letales cuchillas. No, si había superado eso, es que ese no era el día en que iba a morir.

Uno de los Sombra se abalanzó contra ella, portando en una mano una espada recta de un filo, y en la otra una réplica de la anterior pero más pequeña. Se trabaron en un remolino de choque de metales. Caelan cortaba el aire arriba y abajo, a derecha e izquierda con sus dos filos, manejados desde la empuñadura central por la adem. Ambos se movían con incalculable destreza y rapidez. El Sombra además iba de negro completamente, sólo se le distinguían las manos y los ojos. Eso le daba un plus de camuflaje. Pero Shedain había sido entrenada por Penthe, una de las mejores maestras de la escuela del viento en Haert. Había entrenado con los ojos vendados, porque Penthe bien sabía que la mala suerte puede venir también de noche.

De pronto recibió una buena patada por la espalda, que la obligó a rodar hacia delante con una voltereta, librandose de la filosa del Sombra por los pelos. Bien. El segundo revelaba su posición. Era un bruto cualquiera, el que había estado escuchando sus pisadas. Empuñaba un cuchillo carnicero y sonreía amenazadoramente. Ni corta ni perezosa, se movió a la velocidad de un puma, y realizando varias posturas del Ketan con gran rapidez, consiguió pararlo, hacerle un candado y utilizarlo de escudo humano. Conseguió que su compañero Sombra lo ensartase con la espada más larga. El ladrón cayó al suelo con el gesto desencajado por la sorpresa, y el Sombra se quedó sin una de sus espadas. Aquello empezaba a igualarse.

Se enzarzaron de nuevo en una pelea a patadas, puñetazos y tajos, que apenas podía ser vista por el ojo humano, entre la oscuridad y la rapidez con la que se movían. Pronto ambos empezaron a perder fuelle. Esa tensión máxima no podía mantenerse tanto tiempo.

El Sombra la hirió en un costado, al pillarla con la guardia cambiada. Un buen tajo, ciertamente aquella espada oriental estaba bien afilada. Ella notó como desgarraba el cuero, la piel, el músculo, y no pudo desgarrar las costillas porque el tipo había preferido deslizar la hoja en vez de clavarla.

Desde detrás suya, de nuevo, una garra la apresó y le hizo una presa. De no haber sido porque el Ketan contemplaba todas las posibilidades, allí mismo habría exhalado su último suspiro. Realizó una kata llamada "cobra enfurecida", impulsándose con los pies hacia arriba y hacía atrás, doblando su cuerpo sobre el del Sombra y obligándolo a soltar el candado. Agarró su brazo y lo retorció hasta sacarlo de la articulación. El tipo no dijo ni "ay!" y siguió defendiéndose con el otro brazo. Estaban tan bien entrenados como ella. El otro Sombra aprovechó para atacarla de nuevo, y de pronto se vio inmersa en un mar de negro del que salian disparados los golpes.  Le llovían por todas partes, algunos podía pararlos, otros no, y sintió ,por un instante, flaquear su determinación.

En ese momento recibió un golpe en la mandibula que la iba a dejar aturdida. Se esforzó porque eso no pasara, por continuar cuerda y atenta, pues de no ser asi, no vería amanecer. El Sombra del brazo dislocado dio un mal paso y erró el golpe, aquella buena fortuna le dio una milésima de segundo para ensartarlo con el filo de Caelan. Esa imagen la recordaría borrosa, fruto del aturdimiento contra el que luchaba con ahínco.

Lo que sucedió después apenas podía recordarlo con claridad. Giró la hoja sobre su cabeza y se lanzó en tromba a por el que quedaba, sin técnica ninguna, al estilo de los bárbaros. El Sombra debió quedar tan estupefacto de una maniobra tan ruda y descontrolada que la sorpresa fue su perdición. Cuando llegó hasta él ya volaba haciendo "garza que despega el vuelo" seguido de "rueda de molino".

"Crack. Tonck." Una cabeza salió rodando por el suelo.

El costado le ardía terriblemente y notaba su propia sangre pegajosa, fluyendo por dentro del traje de cuero rojo. Retiró las máscaras negras y miró las caras de aquellos hombres. Su piel era amarillenta y sus rasgos característicos de la región llamada Tao-sen. Si alguien había contratado aquellos peligrosos mercenarios y había pagado sus tarifas...¿qué demonios contendría la caja de remaches plateados?.

Sacudió la cabeza para quitarse el deseo de abrirla. Emprendió la marcha a paso ligero; todo lo ligero que le permitía el pronfundo corte de su costado y los múltiples verdugones que ya empezaban a asomar en su pálida piel.

Debía llegar cuanto antes al poblado que había a media jornada de marcha, allí podría coserse el corte y descansar un par de horas.

Demasiadas incógnitas. Sacó la caja y pasó los dedos, sucios de su reseca sangre, por encima de la tapa. " No te pagan por pensar, ni por saber. No es del Lethani descubrir secretos ajenos." La guardó de nuevo, pero su inquietud no cesó.

Despuntaba el alba cuando llegó al poblado y se tendió a la sombra de un granero.Exhausta. Herida. Sedienta de agua y de curiosidad.


El grito.

Esta entrada la escribo en un día de furia. La musa llegó de madrugada cuando no podía atenderla, pero dejó en mi cabeza muchas sensaciones que se expresan en esta canción y este texto. Solo te pido, a tí, lector, que la leas con calma y la escuches del mismo modo. Shedain es un personaje al que me cuesta llegar, como aquellos que la conocen, y espero que a partir de aqui me cueste menos recorrer el camino del Lethani. 

escucha la canción aqui. 


Comenzaba a oscurecer y los rayos del astro rey reflejaban en las montañas haciendo que las nubes naranjas refulgieran en el ocaso azul como joyas flamígeras.Los sonidos se apagaban, los animales se retiraban a descansar, las personas volvían a casa a disfrutar del fin del día en compañía. Ni siquiera el viento la acompañaba en su caminar, a paso tranquilo, como siempre. 
Llevaba ya varios meses viviendo entre bárbaros y comenzaba a plantearse serias dudas. Se cuestionaba algunas de los dogmas que le habían inculcado desde pequeña. Era del Lethani buscar la verdad...¿Pero por qué producía tanto desasosiego?. Añoraba la tranquilidad de Haert, la seguridad de lo conocido, la anestesia de la rutina.
Miró por encima del hombro: la ropa de la única persona con la que hablaba con fluidez en aquella ciudad, ondeaba en el hilo de tender, y se hacía cada vez más pequeña mientras se alejaba. Esa era otra cuestión. Era de naturaleza silenciosa, pero encontraba que su carga se aliviaba un poco cuando pasaba unas horas charlando con aquel bárbaro, descubriendo la naturaleza de aquellas extrañas personas, conociendo sus costumbres, entendiendo su forma de ver el mundo. Se sentía menos aislada. Sí, eso era.
Una manzana rodó hasta sus pies y chocó con su bota. Se detuvo, algo sobresaltada, pues se había ensimismado más de lo que le gustaría. Se agachó y la recogió. Un niño de no más de seis años llegó corriendo con una gran sonrisa y el pelo alborotado y le tendió la mano abierta. Ella depositó la fruta en su palma; el chico dijo un alegre"gracias" y corrió como un conejo hasta la entrada de su casa, donde su padre lo esperaba. Un hombre de unos veintitantos años, que lo agarró del pantalón y lo hizo girar entre risas. 
Iba a seguir su camino pero esa imagen la atrapó y no pudo apartar sus plomizos ojos de la escena. El chico dejó la manzana sobre un tocón de un árbol. Sujetó una espada de madera y se lanzó a cargar contra el enemigo. Su padre lo corregía y le daba instrucciones de cómo enderezar la postura e imprimir la fuerza justa. Ambos tenían en sus gestos la certeza de una seguridad, de un afecto, de noches sin pesadillas y tiempo compartido como única finalidad y premio.
La escena se desarrollaba a cámara lenta y muda ante sus ojos, y en su cabeza algo comenzaba a despertarse. Aquellas personas sin saberlo estaban abriendo la puerta a algo muy oscuro.
Tras ellos apareció una mujer con el pelo castaño recogido en un moño, llevando de la mano una niña de rizos castaños que mordía un trozo de pan. El niño resbaló en la arena por lanzarse con demasiado ímpetu, y todos rieron. El padre le ayudó a levantarse y le puso la mano en el hombro derecho, girándose y entrando en la casa todos juntos.
Shedain sintió la punzada de dolor en ese mismo hombro, y sintió la opresión en el pecho, el dolor sordo que la empezaba a atenazar mientras en su cabeza se reproducía un flash. Una niña rubia de ojos grises, de no más de cinco años, en pie frente a un enorme charco de sangre, desde el cual la observaba la cabeza separada del cuerpo de Shae, su madre. La mano de Magwyn sobre ese hombro, apartándola de la visión del cadáver del compañero de su madre, Lanvir, atravesado por Caelan que le entraba por la boca del estómago y le salía por el omóplato izquierdo. Sintió cómo quemaban esos dedos en su hombro.
Sintió que le faltaba el aire, que sus pulmones estallaban, que el dolor en forma de cristales le subía por la garganta, y un escozor ardiente llegaba hasta sus ojos. 
Trató de buscar el control, trató de escuchar su corazón y refugiarse en su ritmico latido, pero solo escuchaba el vacío del dolor. La invadió el pánico y lo unico que pudo hacer es echar a correr. Corrió como si la persiguiese el diablo, forzando al máximo su cuerpo. Corrió veloz, por todo el bosque, golpeándose con algunas ramas que arañaban su piel, aunque no las había visto ni sentido. Mientras corría, de su garganta salió el dolor y la presión en forma de sollozo, y parecía que así empezaba a entrar aire de nuevo. La quemazón de ojos pronto se vio superada por una inundación de agua salada que rodaba sin control por su cara, saltando de su piel al viento.
Llegó hasta la orilla de una poza profunda del rio, metió los pies en el fango, se desprendió de Caelan y la lanzó con todas sus fuerzas al agua. Un grito desgarrador surgió de su garganta, mientras caía de rodillas con los puños apretados.
El sol daba sus últimos estertores cubriendo el agua de destellos violeta. Cuando la espada se hundió en la negrura del fondo, las ondas llegaron hasta sus rodillas enfangadas, lamieron sus puños cerrados como si la naturaleza quisiera consolarla.
Poco a poco salió todo el dolor que había encerrado en una parte de su mente durante veinte años, como mecanismo de superviviencia. No se había permitido sentir la pena. Se había dejado mecer en la rutina del Ketan, se había refugiado en sus enseñanzas, aquellas que inculcaban que los sentimientos nos hacen débiles, que pensar con el corazón es perder el control y entrar en el caos. Había tenido apoyo, guia, maestros... Pero no había recibido afecto, no había sentido nunca el calor de una mano en el hombro, ni la seguridad de un hogar en las noches de pesadillas. Había borrado todo rastro de cuanto podía doler. Pero allí estaba, todo el dolor junto, estallando, liberándola de su carga.
Poco a poco recuperó el aliento y sus ojos dejaron de escocer. Se frotó la cara para secarlos, dejando un rastro de barro. Se miró las manos, aún convulsas, bloqueada mentalmente.
No sabría precisar cuanto tiempo estuvo así, pero la luna ya reflejaba su pálida tez en la superficie del agua, cuando su cerebro despertó y su cuerpo obedeció las órdenes.
Se despojó lentamente de su camisa roja ganada con tanto esfuerzo, desabrochando cada correa de cuero, cada hebilla, cada lazo, mientras recordaba cada golpe, cada corte y cada caida. Le siguieron los pantalones y todo lo demás. Se metió en el agua fria, temblando, sin sentir más que la cuchillada del agua, y se sumergió en el fondo.
Al salir dejó a Caelan en la orilla, frente a ella. Se arrodilló y con las manos sobre las rodillas, recitó su letanía, y cuando llegó a “  pertenecí a Lanvir que me deshonró para matar a Shae y después quitarse la vida." añadió " y por último pertenecí a Shedain, que borró mi deshonra con sangre y una promesa".
Cuando sacó la espada de su vaina, la hoja estaba roja del tinte colorado de su recipiente. Entendió entonces que Caelan no era el yugo, no era la responsable de esas ausencias, eran los sentimientos de quienes la empuñaron. Y con la determinación de comprender por qué se mata, por qué se ama y por qué se muere...la envainó de nuevo, se vistió otra vez y se quedó apoyada en un árbol hasta que la oscuridad anegó el bosque por completo.

Rol entre Stan y Beth

No puedo resistirme a colgar el rol del dia que se conocieron Stan y Beth, lo que nos reimos y a lo que ha llegado a dar pie.
 PD: gracias Iracebeth por estos ratos.
 
Stan_McQuinn canta una cancion de marineros a pleno pulmón por la calle. Lleva una buena cogorza.- El rey y su grey a la reina por fin, ataron a su galeón...Sé que mi hogar va a ser el mar, donde él esté yo estoy. Yo ho!!, todos, la bandera izar, pillos y mendigos nunca morirán...Yo ho!!, todos juntos, la bandera izar, pillos y mendigos nunca morirán ...- Tropieza con un barril.- Me cagüen ..gguarrfmiau.- Se tambalea un poco e increpa a una vieja que lo mira.- EEhh!! que miras tu?? a cotillear a otra parte!!!

Iracebeth está sentada en un banquito a la puerta de la taberna. ¡Hic! Hipa. Menuda cogorza. De las que hacía tiempo que no cogía. Escucha el berrido y levanta levemente la cabeza. Beh. Otro borracho más. De los suyos. Eructa, y se echa atrás, apoyando la cabeza en la pared y los brazos en el respaldo. ...Cielo... Y se ríe.

Stan_McQuinn llega hasta el porche de la taberna y ve a Beth apoyada, enarca una ceja y trata de poner erguirse y poner pose interesante. Apoya el codo en un poste de madera, cruzando los pies,, el intento era quedarse apoyado de forma desenfadada. Pero no calcula bien y cuando levanta el brazo, se pasa del poste y casi se va al suelo, se tiene que agarrar a dicho madero.- .. Por lo callos de San Eduardo!! el puto poste se ha movido!!!..- Se pasa la mano por el pelo enmarañado. - Lo has visto, no? ...bah!....que tal, pelirroja?... como lo llevas?.

Iracebeth: ...Eh... Eh... Sonríe, se ríe. Jé. Casi te caes... Tío. Se echa adelante, dejando que sus rizos rojos le cubran la mitad del rostro. Se la pela todo, es feliz .Tío. Yo a ti no te   ...Pero me caes bien. Todo el mundo... *Hic* Me cae bien.


Stan_McQuinn: Fuá... y que? No soy tu tio.... creo.- Se rasca la ceja pensativo.-No soy tu tio, verdad?? ni conozco a tu madre ni a tus hermanas...no?- Se sienta cerca de ella, en el suelo, espatarrado, lleva kilt.- ... Ahhh...asi tengo el culo frio. Maldito calor!!!.. Eh pelirroja... como te llamas? yo soy Stanley.


Iracebeth: ...Nah. No tengo hermanas... Le mira el kilt y se ríe. ¡Pero eres primo...! Beth... Yo soy Beth. O eso creo.. *hic!* Eh, eh. Te han puesto... Una falda más bonita... Que la mía. se inclina adelante, mirándolo fijamente.

Stan_McQuinn sentado en el suelo se sujeta las puntas de la falda y las pone como si fuera una chica haciendo una reverencia.- .. Seeehhh!! el que no se atreve a ponerse una falda no puede llamarse hombre!...además...- Se acercó a Beth poniendo la mano cerca de la boca para susurrar.-  te diré un secreto...Si te aprietan la braguera, se acabó tener niños robustos y grandullones. Mira los de esos flacuchos ingleses... todos melindrosos. Tsk... por no llevar falda.

Iracebeth: ...Eh... me gusta tu estilo... Eres un primo escocés... Yo soy de irlanda. Ahí los hombres... *hic!* No van con cuadros... pero también llevan faldas así de bonitas... Ríe tontamente, intentando levantarse, pero es incapaz, y cae de rodillas delante de él, sin dejar de reírse.

Stan_McQuinn abre mucho los ojos, y despues esboza una amplia sonrisa, que marca los hoyuelos a ambos lados de la cara.- ... Ah!! una hermana irlandesa.. aunque por tu altura podrías ser un leprechaun. Jo Jo Jo!! sí, y yo parezco un buey retinto... es lo que nos pasa a los pelirrojos, eh?.. ta cabe una más? jo jo...quiero decir... una cerveza.

Iracebeth aprieta los labios, y estalla en una risa contagiosa ¡Qué coño! Una siempre entra... una cerveza digo... *hic!* Intenta ponerse en pie, apoyándose en el hombro del escocés, pero no puede. Cae de culo ...Eh... alguien tendrá... que arrastrarme a la taberna.

Stan_McQuinn pone su manaza sobre ella, y casi la hace volar. Es un tipo enorme y recio.- Ale!! a por la pinta más grande que te quepa!!... Taberneroooooooo!!! pon dos pintas o disponte a morir!!!!.- En el camino ve a un viejo conocido y le da dos "palmaditas" en la espalda..- Eh!! Wulfred... que pasa??!! me alegro de verte.- El hombre se tambalea y se va con rapidez contestando que todo bien.

Iracebeth: ...Se llama Wulfred... Jé... El Rey al que servía... *hic!* Se llamaba Wilfred... Ahora se ha muerto. Se agarra al tipo, y mira a ver dónde se puede sentar en la taberna. Se podía ahogar en la cerveza antes de negarse a una invitación. Negar la hospitalidad era un tabú.

Stan_McQuinn sienta a Beth, literalmente en un taburete y se queda muy serio mirandola. - El viejo Wil estiró la pata?... que mala noticia. Lo siento por él, pero yo me alegro de estar vivo... asi que celebremos eso!!! Donde están las malditas pintas??, mendrugo, hijo de una cerda!!!!.- El tabernero se acerca carcajeandose. Stan es un habitual.- Toma tu orina de burro, idiota escocés.

Iracebeth: Eh... tú... como me hayas servido pipí de burro... Te llevaré de la oreja al fiordo... *hic*! Y te tiraré por él... Se dirige al tabernero, con un dedo levantado. ...Y sí... sssssstan. Palmo. Ahora toca... seguir adelante. ¡Por no ser ingleses! Levanta la pinta, brindando.

Stan_McQuinn la mira de hito en hito, muerto de la risa, al igual que el tabernero. Le indica al dueño de la taberna, con un ademán cómico- .. sssshhhhttt... Calla, Ronie, y cuidadito... que es una leona irlandesa de pelo rojo. Si no cumple la amenaza, como poco se cagará en tus muertos y se cumplirá la maldición.Los putos irlandeses tienen más suerte que nosotros.

Iracebeth: ...Porque tenemos... *Hic!* ¡Tréboles! se echa adelante en la barra, y bebe de su pinta, sonriendo como una boba. ¡Tréboles! Y turba... La turba calentando una casa redonda de madera... Divaga, como buena borracha. ...¿No lo echas de menos...? Se echa a un lado el pelo, dejando ver la torque y los tatuajes de su clan

Stan_McQuinn hace un aspaviento y una mueca.- ¿casas hechas de mierda y tierra?  No gracias!!!. las de aqui huelen mejor, a madera. Pero si echo de menos el scotch. Estos no saben destilar whisky.-  Se veía en la cara interna de su antebrazo un tatuaje en tinta azulada, tipca de los clanes de las islas.

Iracebeth: Qué va... Incluso nuestro Whiskey es mejor... Que lo que sirven aquí... *hic!* Sonríe de medio lado. Pero qué hace un primo de las Tierras Altas en este pedrusco? Tú... Deberías tener tierras... allá... donde los osos comen... salmones al atardecer. Le sale la vena bárdica, casi canturrea, etílica.

Stan_McQuinn niega con la cabeza y da un trago enorme a su pinta, quedandole un bigote blanco de espuma.- ..tsk.. las cosas allí andan mal. Yo vengo de Canna. Es un pedrusco en mitad del mar. No hay nada, solo viento y marea. Me gusta pelear y matar idiotas.Es un trabajo como otro cualquiera.Y encima me pagan.

Iracebeth: Canna. Lo pronuncia, marcando las enes. Matando... y pegando. Eres... ¿mercenario..? Vuelve a beber. El alcohol parece mitigarle la risa nerviosa.

Stan_McQuinn: mercenario, soldado...¿cual es la diferencia? yo... mato enemigos y me pagan. Ya está. Es sencillo, y como pueden matarme cada dia, pues vivo a tope los demás. Es mejor que aburrirse sentado en el pedrusco. Eh!! y tu que te cuentas? no pareces puta.- Y lo dijo asi, tan tranquilo.Tan campechano.

Iracebeth: No... no soy puta. Soy... Bardo. Hace el gesto de tocar el arpa con ambas manos. Ya sabes... aprendiz de todo... *hic!* Maestra de nada. Vuelve a beber, mojandose el labio inferior. ¡Ah! Y embajadora.

Stan_McQuinn: mecagüen la puta que parió a Ronie!!..- ( y que culpa tendría el tabernero para que se cagase en él).- Todo eso???- Silbó entre dientes.- Ahora sé seguro que no soy tu tio. Si lo fuera, moriría gordo y borracho a costa tuya.- Puso una mueca pensativa.- Aunque lo de morir gordo y borracho es factible por el camino que voy.

Iracebeth lo mira de arriba a abajo y ríe. Borracho si. Gordo no sé. *hic!* eeeeheheheheheehheee... vuelve a beber largamente casi apurando la cerveza.

Stan_McQuinn se levantó y se palmeó la tripa. Estaba duro y trabajado para ser una mole, pero en la cintura se notaba cierta curvilla, de tanta cerveza y tanto asado de cerdo.- Eh!! espero que algun dia me ceben como lo hacía mi madre, eso será porque llegué a los buenos tiempos. Tranquila! sé que lo estas desenado, pero no me levantaré la falda, hazte una idea a través de la tela.- Le guiñó un ojo y se bebió media pinta más.

Iracebeth: ...No sueñes... Mis faldas son más largas... Ríe por lo bajo, y bebe más, echando atrás la cabeza, y dejando que suenen sus tragos. Lo mira y ladea la cabeza  ...Si te ceban... *hic!* ¿No será... porque te aburres... en un pedrusco?

Stan_McQuinn: mira guapita...cuando se me caiga el pelo de los huevos, porque el de la cabeza lo tengo fuerte...solo me quedará engordar, beber, putañear y morirme a gusto. Hasta que eso pase, no me aburriré, te lo garantizo. Cuando llegue a ese dia, dormiré todo lo que no he dormido, y comeré todo lo que no he comido. Beber y putañear ya lo hago, asi que no creo que me pueda el ansia. Jo jo!!

Iracebeth: ¡¡Jojojojojoj!!! responde, golpeando con la jarra, vacía sobre la barra ..Pero me da.. *hic!* Primo escocés... Que aquí la... irlandesita... Salta del taburete. ...Ha bebido másssssss rápido que tú.Y ahora me voy a dormir la mona.

Shedain de Ademre. Ficha. Personaje de rol.

-       Nombre: Shedain

-       Edad: 26 años

-       Ocupación: mercenaria

-       Origen: Haert, capital de Ademre (una estepa de piedra y viento, lejos de todas partes)

-       Apariencia física: mide 1,70. De complexión delgada, enjuta y flexible. Como un perro de caza. Como la mayoría de los adem, es rubia y de ojos grises. Su piel es pálida, como es usual en los norteños.  Tiene múltiples cicatrices blancas por todo el cuerpo, derivadas de una vida entera consagrada al entrenamiento. Algunas son similares a las de arma de filo, a causa de la prueba que tuvo que superar para ganar su camisa roja. Viste siempre con pantalones, botas de piel, camisa roja ceñida en el torso y los antebrazos por correas de cuero teñido de rojo.

-       Posesiones: su espada  de dos hojas, Caelan, cuyo nombre significa Tormenta de hielo. Todo adem conoce las historias de las espadas que pertenecen a su escuela y a todos aquellos que la empuñaron, lo aprenden como una letanía que han de recitar en su iniciación. Shedain suele hacerlo cuando la desenvaina, aunque sea para limpiarla: El primero fue Chael, que me dio forma en el fuego con un propósito desconocido. Me llevó y luego me dejó. Luego vino Finol, la de los ojos limpios y brillantes, la bien amada de Dulcen. Mató a dos daruna, y luego la mataron los grimos en Vessten Tor..” y así hasta un total de cien nombres.

-       Aspectos psicológicos: Los adem siguen un código de vida llamado el Lethani. El Letani es el camino, la forma de vivir, el sentido de las cosas. No es solo un código moral o de honor, obedece a sabidurías más ancestrales. El autocontrol, la disciplina, la capacidad de observación y reflexión, son cultivadas con ahínco entre los camisas rojas. Shedain tiene un rostro inexpresivo, poco comunicativo. Su forma de hablar es parca en palabras y con pausas largas. En general todos los adem son así. Su lenguaje corporal les sirve de medio de comunicación, y gesticulan con las manos, con breves gestos, para expresar cosas. Es inútil provocarla si considera que no es del Lethani pelear en esa ocasión. No es huraña, pues tiene una mirada curiosa que suele ir de frente. Tan solo es silenciosa y poco dada a sentimientos excesivos, tales como la alegría, la furia o la desesperación. Para los adem, todo aquel que no es de Ademre, es un “bárbaro”.

-       Imágenes: es complicado encontrar imágenes de una adem, porque no han hecho películas sobre ellos. Pero se podría parecer a esta.
















Historia:

En algún lugar más allá del Estrecho de las ánimas. 20 años después.

Shedain trataba de cubrir su rastro. Sin huellas. Sin nombre. Sin historia. Ahora que volvían los tiempos oscuros, no estaba dispuesta a regresar, a seguir dando su sangre para recibir lo que por derecho le pertenecía: un lugar en Haert donde levantar una casa y morir de vieja. La vida de los mercenarios adem era dura: crecer sin sonreír, vivir sin amar, pelear para mantener el sistema que ellos mismos llamaban “civilización.” Y sin embargo los suyos se avergonzaron de ella y la condenaron a muerte.

Se detuvo en una aldea y pidió alojamiento en una posada. No se molestó en cenar ni compartir historias del camino con otros viajeros a la luz de la lumbre. En aquel cubículo sencillo, se descalzó las botas, dejó a Caelan sobre la silla y se tumbó a oscuras en aquel camastro, repasando sus recuerdos. Recordó el día de su iniciación.

Hoja que gira.

En Haert no había calle principal flanqueada por casas y tiendas. Los pocos edificios que se veían estaban muy separados, tenían formas inauditas y se integraban plenamente en el terreno, como si procuraran pasar desapercibidos. Las fuertes tormentas que daban nombre a aquella cordillera eran muy frecuentes allí. Los vendavales que las acompañaban, repentinos y cambiantes, habrían destrozado cualquier edificio elevado y anguloso como las casas de madera cuadradas típicas de las tierras más bajas. Los Adem, en cambio, edificaban con tino, ocultando sus edificios de los fenómenos meteorológicos. Las casas estaban construidas en el interior de las laderas, o hacia el exterior junto a las caras de sotavento de precipicios protectores. Algunas estaban excavadas en el suelo. Otras, labradas en las paredes de piedra de los riscos. Algunas apenas las veías a menos que las tuvieras justo delante. El paisaje era como sus propios pobladores: serios, inexpresivos, duros, de apariencia tranquila en el exterior, y en el interior un fuego alimentado con las palabras que no decían. Se contaba de ellos que se guardaban las palabras para alimentar su ira con ellas. Reinaba una tranquilidad extraña, sin el bullicio ni el hedor que había en los pueblos más grandes. No se oían cascos de caballos sobre adoquines. No había vendedores ambulantes anunciando a gritos sus mercancías.

Junto al árbol espada esperaban una veintena de mercenarios de camisa roja, y entre ellos, su maestra: Penthe.  Recitó su juramento con solemnidad. Todos aguardaron impasibles e inexpresivos. Finalizado esto, se quedó de pie, frente al árbol espada, observando el vaivén de sus hojas, afiladas como cuchillos. Rodaban, bailaban y se mecían al son del cambiante viento de Ademre. Tras concentrarse y calmarse, avanzó con paso firme hacia el interior del árbol sagrado. Esquivó las hojas, todas las que pudo, rodando, saltando y realizando posturas del Ketan como “bailar hacia atrás” o “león rampante”. Pero nada de agacharse; era una cuestión de orgullo. Tardó unos diez interminables minutos en llegar hasta el enorme tronco central. Y lo hizo sin ningún rasguño.

Cuando llegó había un paquete, envuelto en tela de arpillera. No era aquello lo que esperaba. Normalmente desperdigaban varios objetos para que el iniciado escogiese, y según la elección, ésta marcaría su rumbo. En su caso, solo había un paquete.  Lo sujetó con ambas manos, y comenzó a destramar las cuerdas que lo envolvían. Cuando éstas cayeron al suelo, el objeto resplandeció a través de las hojas del árbol. Le temblaron las manos y la dejó caer: allí estaba Caelean, la espada maldita de su padre. La espada con la que decapitó a su propia madre y después se quitó la vida. Aquel suceso conmocionó a todo Ademre. El Lethani, su código de vida, enseñaba el autocontrol, el equilibrio, el camino… Ningún adem hacía algo como aquello. Ella era muy pequeña, y ni siquiera recordaba sus rostros. Se crió en la escuela como otros niños huérfanos. La vida del camisa roja solía ser dura y corta. Fue una buena alumna, meticulosa, sistemática, aplicada… y sin embargo los maestros se burlaban de ella con aquella broma macabra.

No. No caería en aquella trampa. No era del Lethani desconfiar del propósito de los sabios. Se ciñó a Caelean a la espalda y se decidió a salir. Si debía recitar a diario la letanía de su espada, lo haría, aunque no pudiera obviar la parte : “ y por último pertenecí a Lanvir que me deshonró para matar a Shae y después quitarse la vida” . Comenzó a avanzar entre las hojas que giraban. Esta vez a pesar de su buena técnica de Ketan, algunas de ellas rozaron su carne, desgarrando con cortes limpios y profundos su pálida piel. Era consciente de que aquello la había perturbado más de lo que querría admitir. Pero allí estaba, y tendría su camisa roja, al precio que fuera.



Cuando salió de la prueba de la hoja que gira, su camisa marrón estaba empapada de sangre a rodales, donde las cuchillas habían cortado piel y músculo. Pero su rostro no mostraba la más mínima expresión. Se situó en el centro del círculo de mercenarios y recitó la letanía de aquella espada. Magwin la miró haciendo un leve gesto con la mano “Aprobación. Pesar.” Era la encargada de enseñarles las historias de las espadas. Penthe se adelantó y le tendió una camisa roja.



- Ahora ya puedes ir a trabajar a tierras bárbaras.- En aquellas palabras estaba incluido “Esa espada es tu prueba, tu reto. Es del lethani superar los retos y no olvidar el pasado para no cometer los mismos errores.”



Shedain hizo un gesto con la mano “Gratitud. Permiso”, y se encaminó a la clínica a que le cosieran los cortes.



Un mundo de bárbaros.


Alguien llamó a la puerta. Shedain salió de sus recuerdos con un sobresalto. Nada. Un borracho que equivocó la habitación.  Ya habían pasado veinte años desde aquello, y sin embargo ese día le seguía asaltando de tanto en tanto. Hizo balance mental de todo lo ocurrido en aquel entonces, que no era poco. Trabajó de mercenaria durante muchos años, y ahora, cuando su pulso ya no era tan firme y sus ojos se cansaban con facilidad, añoraba el páramo ventoso de Haert. Nunca pensó que acabaría de aquel modo. Había decidido vivir en un mundo de bárbaros, y eso era cuanto tenía. Alejó de sus pensamientos los momentos dolorosos que la empujaron a renegar de Ademre, y se sumió en un sueño oscuro.



PD: esta historia la cuenta Shedain al rememorarla de mayor. En el rol, tiene la edad de la ficha.