En tierras de Tormenta

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Ardith la Sajona. Personaje de rol.

ficha en proceso. Próximamente.

- Nombre: Ardith. En sajón significa "buena guerra".
- Procedencia: Droichead, hoy Bridgeball, al sudoeste de Britania.
- Apariencia: vease imagenes.
- Profesión: en teoría campesina que comercia en el mercado.

- Trasfondo: procede de una familia sajona afincada en la isla britana. Su padre, mercenario, se enroló en guerra tras guerra sin lograr sacar adelante dignamente a su familia compuesta por madre y dos hijos. En realidad era un extraño borracho que hacía acto de presencia de vez en cuando. Su madre ya no pudo soportarlo y decidió desaparecer de la isla embarcándose hacia Irlanda con sus hijos. Allí sobrevivió como pudo hasta que consiguió casarse con un viejo viudo que tenia un par de acres de tierra y ningun hijo. Aquello les proporcionó sustento por un tiempo. Pero tras un periodo de hambruna y pestes en el que falleció el viudo, Ardith aprendió a buscarse la vida de mil modos distintos, algunos de ellos no precisamente legales. Cultivaba en sus tierras hierbas de varios tipos, cereales de distintas variedades y una variedad de frutas que rayaba en la extravagancia. Decia que las pagaban bien en los mercados. La realidad es que la utilizaba para destilar toda clase de bebidas al margen de los recaudadores de impuestos.

- Aspectos psicológicos: de carácter fuerte y dicharachero. Con grandes habilidades de negociación, adaptación y aprendizaje al vuelo. Testaruda y concienzuda cuando quiere algo o se marca un objetivo. Perspicaz y poco amiga de los formalismos.

- Historia:

 No tendría más de nueve años, caminaba por el bosque recogiendo bayas para que su madre pudiera cocinar algo con ellas, quizás con suerte un pastel. Escuchó gritos y forcejeos en la espesura, y el inconfundible tintineo del metal. Se escondió tras un árbol y observó como tres hombres golpeaban a otro enfundado en ropas buenas, sin piedad, en desventaja clara. Mientras golpeaban mascullaban cosas como " maldito cabrón, tus impuestos nos oprimen, asi nuestras familias morirán de hambre". El hombre tumbado en el suelo perdió el conocimiento y dándolo por muerto, se largaron de allí.
Dos semanas más tarde, los cuerpos de aquellos dos agresores pendían del puente de la ciudad, colgando y con sus lenguas ennegrecidas fuera. Cuando los vio el día de mercado, entendió la lección: "los impuestos son injustos, pero apalear al recaudador solo empeora las cosas. Equilibremos la balanza de otro modo."
Y así fue como decidió aprender a destilar bebidas en el sótano del granero, eludiendo los impuestos, sobornando a los que no podía eludir, y manteniendo ese precario equilibrio del Quid pro quo en los negocios al margen de lo legal.




Los moradores del cristal

LOS MORADORES DEL CRISTAL.

Las noches no estaban siendo fáciles, el frio roía los huesos, la nieve sepultaba las humildes casas sumiendolas en un sueño silencioso, convirtiendolas en un refugio infranqueable al inexorable avance del invierno.
Los que, como él, no tenian casa en propiedad, se hacinaban alrededor de exangües fogatas de tabernas y hosterías. Frente al calor de las llamas, se apretaban foráneos y forasteros y contaban sus peripecias a perfectos desconocidos. Como si al conservarse en la memoria colectiva, al perecer uno mismo ya fuese a volverse inmortal.
McQuinn y Angus soportaban el frio con los remedios de siempre: comer siempre que se pudiera para generar reservas, beber liquidos que los calentasen y moverse para disipar el frio.
Aquella noche un desconocido irrumpió en la posada abriendo la puerta de golpe, dejando entrar un vendaval de nieve tras él, interrumpiendo la familiar charla. Iba embotado en su manto con capucha. ¿Quién estaba tan loco como para aventurarse en la fria noche?
El hombre enlutado era alto, corpulento y lucia una densa melena negra que asomaba bajo la capucha.el cuello alto del tabardo ocultaba parte de su rostro. En su mano enguantada se mecia un saco que goteaba algo oscuro. La lanzó al centro de la estancia y con voz cavernosa dijo:

-han vuelto.-

El saco rodó hasta el centro y algunos se apartaron para que no les manchase los pies. De la bolsa salió rodando una cabeza humana horrenda, con la piel arrugada y largos colmillos afilados.
Los escoceses se miraron perplejos. Uno de los aldeanos, un hombre fuerte y grande se levantó.

-hay que pararlos o nos saquearán y matarán mientras dormimos.-
Se inició un acalorado debate a grandes voces. Algunos mostraban su desacuerdo, fruto seguramente de su cobardía. Otros apoyaban al herrero, el primero que se levantó dispuesto a cazar aquellos monstruos.

Stan se plantó en mitad del círculo y gritó con su vozarrón.
-¡¡sileeeeeencio!!!!. -la mayoria dejó de vociferar y lo miraron.- ¿que diablos son esas cosas?

El herrero se adelantó un paso.

- Son los moradores del cristal, antes eran hombres. Se perdieron en las montañas y practicaron canibalismo y magias ocuras. Ahora son demonios salvajes que matan y saquean todo cuanto encuentran a su paso. No sienten el frio y no hablan. Son como monstruos del infierno helado.-

Stan miró a Angus y éste le asintió.

-¿y como los matamos?.- inquirió. Los aldeanos ahogaron la sorpresa. aquellos dos hombres extranjeros no tenían por qué ir en su busca. No eran sus familias las que corrían peligro. No eran guardias de la ciudad,y no era su obligación darles muerte.

El herrero sonrió, contento de contar con aquellos dos compañeros recios. Un par de hombres más se unieron a ellos.
- hay que cortarles la cabeza. Es inútil tratar de perforar sus corazas, son de un metal helado muy duro. Luchan a pie, son rápidos y se camuflan entre las nieves. Los detectarás por su olor y por sus ojos.

Los escoceses asintieron, se cargaron sus claymore a la espalda, un hacha pequeña en el cinto, un pellejo de vino caliente y se envolvieron en unos mantos prestados, pues los suyos a cuadros de colores destacaban como la sangre en la nieve.

Partieron a caballo en la oscuridad, siguiendo al hombre del embozo negro. Tras montar durante un par de horas, cuando la noche engulló todo rastro de luz reconfortante, llegaron a un claro donde ataron los caballos. Siguieron a pie, sin hacer ruido, desplegados en abanico, ocultandose tras árboles y arbustos.

Stan miró hacia arriba, la luna menguante arrojaba poca luz, pero ésta se reflejaba en la nieve y se podia ver medianamente bien. Se agazapó pegando su cuerpo a un montículo de nieve, y se arrastró con los codos, moviéndose hacia donde había escuchado un sonido. Le hizo un gesto con los dedos a Angus, que asintió. Se entendían a la perfección. Asomaron las cabezas por el borde y divisaron un morador agazapado, comiendo entrañas de un ciervo abatido, cubierto de sangre. Stan se movió rápido, en círculo, evitando que lo viera y aguardó a sus espaldas. Angus se levantó entonces, y se quedó de pie, mirando fijamente al morador. Éste se irguió mirándolo y gruñó. Soltó la masa sanguinolenta y esgrimió un burdo machete. Todos sus músculos se tensaron como cuerdas de arco. Levantó los brazos y cuando iba a aullar para avisar a otros moradores, su cabeza rodó por el suelo.
Stan limpió a Barn (Sentencia en galés) en la nieve y agarró la cabeza, lanzándola tras el montículo. Regresarían a Ethelia con una buena colección de ellas.

El herrero y otro de sus compañeros habían dado cuenta de otro morador. El ánimo estaba subido. Pero de pronto algo cambió en el aire. Fue una sola fracción de segundo pero pudo olerlo.

- cuidado!!!!- gritó.

Una horda de moradores les cayó encima. Salían de todas partes, de los árboles, del suelo, de detrás de las dunas blancas. Eran más de veinte y ellos solo cinco.
El del embozo negro se movió con rapidez y describiendo un arco con su espada de dos manos, amputó la pierna de uno, que dejó de correr en seco. Lanzó un cuchillo certero a la cabeza de otro y ensartó con su metal a un tercero.
El herrero machacó una cabeza con su enorme martillo y lanzó hacia atrás a otro. Su compañero no corrió la misma suerte: un morador lo mordió en una pierna y su alarido se escuchó en todo el bosque.
Stan sajó otra cabeza más y lanzó su hacha a uno que iba por la espalda de Angus, que se afanaba en destripar y lanzar lejos de él a aquella basura humanoide.
La reyerta continuó en medio del fúnebre silencio. La nieve se teñia de rojo y sus propias manos tambien.
Varios moradores se agruparon para rodearlos entre gruñidos escalofriantes, mostrando sus colmillos que destilaban babas sanguinolentas. El compañero del herrero sollozaba sobre el manto blanco, desangrandose junto al cadaver del morador abatido por su amigo.
Cargaron sin orden, como bestias inmundas. Los escoceses, curtidos en combate, se pegaron espalda contra espalda y reventaron cabezas,ojos, piernas e intestinos. Sin piedad, sin aprensión, sin sentir nada más que el torrente de adrenalina de quien lucha por su vida.

Poco a poco se hizo el silencio y los últimos moradores se convulsionaron en el suelo, com un pavo sin cabeza. El herrero vomitó.

Sin cruzar ni una palabra, Stan recogió las cabezas una a una y las ató del pelo. Angus se echó al hombro al aldeano, no sin antes anudar con fuerza un torniquete en su pierna destrozada. Habria que amputarla y solo con mucha suerte sobreviviria. El hombre del embozo negro montó en su caballo y se alejó en otra dirección.

Los cuatro llegaron a la ciudad de nuevo. Se encaminaron al patio de armas y dejaron al herido alli, para que se hicieran cargo de él. Contestaron algunas preguntas de los guardias y dejaron el cargamento de cabezas en una carreta.

Stan echó una mirada furtiva a la torre, donde se había encendido una luz, con la apremiante necesidad de despertar a la sanadora.

Dio media vuelta y se alejó por el camino, en busca del calor de la posada.

la caja.

La noche estaba ya entrada, la luna hacía buen rato que arrojaba su pálido resplandor sobre el bosque, provocando claroscuros entre el frondoso follaje de los árboles. Entre esa claridad plateada alternada con la negrura, caminaba sigilosa y atenta, prestando oídos a todo crujido, aleteo o sonido.
A lo lejos se escuchaban ladridos y aullidos lobunos. Más cerca de ella, el ulular tranquilo de algun búho. "Crack". Eso era una pisada. Se detuvo, pegó su espalda a un árbol, fundiéndose en la sombra que lo envolvía. Silencio de nuevo. Se centró en controlar su latidos, que se habían acelerado lo justo. "Crack". Otra pisada en el tapiz de hojas caídas. Estaba cerca. A su mente sobrevivino un flash, pintado en colores amarillos y naranjas.

- Es fácil para una adem entrenada como tú. Cuando regreses te daré le resto.- El hombre barbudo estrechó su mano para cerrar el trato. Le dio una pequeña bolsa y un tosco mapa.

Había seguido a los ladrones hasta su guarida, en una cueva escondida tras un tapiz de enredaderas. Había esperado hasta la noche, cuando algunos yacían durmiendo y otros borrachos. Había recuperado la cajita de palisandro remachada de plata, que contenía aquello tan preciado para su cliente y que no había querido desvelar. En el camino dejó un par de cadáveres. Como siempre, había inmovilizado al ladrón antes, pero si atacaban a matar, ella se defendía igual. La oportunidad se regalaba una vez; si se daba una segunda era fácil acabar muerto. No era del Lethani matar por matar, matar sin justificación para ello. Pero en ese caso, había sido inevitable, un daño colateral, y no le remordía la conciencia.

"Crack." Se estaban acercando. Estaba segura de que había al menos tres, pero sólo uno de ellos pisaba fuerte debido a su tamaño y torpeza. Los otros dos eran livianos y sigilosos. Eran dos Sombra. Dos asesinos entrenados, dos mercenarios del delito. Eran como los Adem, pero aceptaban trabajos deshonrosos y de malas artes, aquellos que los adem no aceptaban por atentar directamente contra todos los principios de Lethani.

Desenvainó despacio a Caelan, su vaina no cantó, como si supiera que un sólo sonido podría delatarla. La acercó a su cuerpo, ocultándola de la luna para evitar que su brillo la descubriese. Cerró los ojos, pues lo mismo daba tenerlos abiertos o cerrados en aquella oscuridad, y repasó mentalmente la letanía de su espada, que siempre le proporcionaba seguridad cada vez que iba a utilizarla.

Escuchó el silbido y se agachó rodando por el suelo. Dos artefactos pequeños en forma de estrellas afiladas habían impactado en el tronco del arbol donde hacía apenas dos segundos había estado su cabeza. Se incorporó como un resorte, todos los músculos en tensión, la tensión del familiar combate y su adrenalina. Recordó la Hoja que gira, el árbol espada y el cambiante viento que agita sus hojas, convirtiéndolas en letales cuchillas. No, si había superado eso, es que ese no era el día en que iba a morir.

Uno de los Sombra se abalanzó contra ella, portando en una mano una espada recta de un filo, y en la otra una réplica de la anterior pero más pequeña. Se trabaron en un remolino de choque de metales. Caelan cortaba el aire arriba y abajo, a derecha e izquierda con sus dos filos, manejados desde la empuñadura central por la adem. Ambos se movían con incalculable destreza y rapidez. El Sombra además iba de negro completamente, sólo se le distinguían las manos y los ojos. Eso le daba un plus de camuflaje. Pero Shedain había sido entrenada por Penthe, una de las mejores maestras de la escuela del viento en Haert. Había entrenado con los ojos vendados, porque Penthe bien sabía que la mala suerte puede venir también de noche.

De pronto recibió una buena patada por la espalda, que la obligó a rodar hacia delante con una voltereta, librandose de la filosa del Sombra por los pelos. Bien. El segundo revelaba su posición. Era un bruto cualquiera, el que había estado escuchando sus pisadas. Empuñaba un cuchillo carnicero y sonreía amenazadoramente. Ni corta ni perezosa, se movió a la velocidad de un puma, y realizando varias posturas del Ketan con gran rapidez, consiguió pararlo, hacerle un candado y utilizarlo de escudo humano. Conseguió que su compañero Sombra lo ensartase con la espada más larga. El ladrón cayó al suelo con el gesto desencajado por la sorpresa, y el Sombra se quedó sin una de sus espadas. Aquello empezaba a igualarse.

Se enzarzaron de nuevo en una pelea a patadas, puñetazos y tajos, que apenas podía ser vista por el ojo humano, entre la oscuridad y la rapidez con la que se movían. Pronto ambos empezaron a perder fuelle. Esa tensión máxima no podía mantenerse tanto tiempo.

El Sombra la hirió en un costado, al pillarla con la guardia cambiada. Un buen tajo, ciertamente aquella espada oriental estaba bien afilada. Ella notó como desgarraba el cuero, la piel, el músculo, y no pudo desgarrar las costillas porque el tipo había preferido deslizar la hoja en vez de clavarla.

Desde detrás suya, de nuevo, una garra la apresó y le hizo una presa. De no haber sido porque el Ketan contemplaba todas las posibilidades, allí mismo habría exhalado su último suspiro. Realizó una kata llamada "cobra enfurecida", impulsándose con los pies hacia arriba y hacía atrás, doblando su cuerpo sobre el del Sombra y obligándolo a soltar el candado. Agarró su brazo y lo retorció hasta sacarlo de la articulación. El tipo no dijo ni "ay!" y siguió defendiéndose con el otro brazo. Estaban tan bien entrenados como ella. El otro Sombra aprovechó para atacarla de nuevo, y de pronto se vio inmersa en un mar de negro del que salian disparados los golpes.  Le llovían por todas partes, algunos podía pararlos, otros no, y sintió ,por un instante, flaquear su determinación.

En ese momento recibió un golpe en la mandibula que la iba a dejar aturdida. Se esforzó porque eso no pasara, por continuar cuerda y atenta, pues de no ser asi, no vería amanecer. El Sombra del brazo dislocado dio un mal paso y erró el golpe, aquella buena fortuna le dio una milésima de segundo para ensartarlo con el filo de Caelan. Esa imagen la recordaría borrosa, fruto del aturdimiento contra el que luchaba con ahínco.

Lo que sucedió después apenas podía recordarlo con claridad. Giró la hoja sobre su cabeza y se lanzó en tromba a por el que quedaba, sin técnica ninguna, al estilo de los bárbaros. El Sombra debió quedar tan estupefacto de una maniobra tan ruda y descontrolada que la sorpresa fue su perdición. Cuando llegó hasta él ya volaba haciendo "garza que despega el vuelo" seguido de "rueda de molino".

"Crack. Tonck." Una cabeza salió rodando por el suelo.

El costado le ardía terriblemente y notaba su propia sangre pegajosa, fluyendo por dentro del traje de cuero rojo. Retiró las máscaras negras y miró las caras de aquellos hombres. Su piel era amarillenta y sus rasgos característicos de la región llamada Tao-sen. Si alguien había contratado aquellos peligrosos mercenarios y había pagado sus tarifas...¿qué demonios contendría la caja de remaches plateados?.

Sacudió la cabeza para quitarse el deseo de abrirla. Emprendió la marcha a paso ligero; todo lo ligero que le permitía el pronfundo corte de su costado y los múltiples verdugones que ya empezaban a asomar en su pálida piel.

Debía llegar cuanto antes al poblado que había a media jornada de marcha, allí podría coserse el corte y descansar un par de horas.

Demasiadas incógnitas. Sacó la caja y pasó los dedos, sucios de su reseca sangre, por encima de la tapa. " No te pagan por pensar, ni por saber. No es del Lethani descubrir secretos ajenos." La guardó de nuevo, pero su inquietud no cesó.

Despuntaba el alba cuando llegó al poblado y se tendió a la sombra de un granero.Exhausta. Herida. Sedienta de agua y de curiosidad.